Barcelona. Es domingo en medio de un puente. Los escaparates de la ciudad se han poblado de telarañas: sólo falta un día para la noche de Halloween. Hemos sobrevivido una vez más a un fin de semana de arreglar el mundo hasta las tantas por las plazas del barrio de Gracia. Por el camino nos hemos ido encontrando las huellas del Festival Intenacional de Jazz en Barcelona. Espectáculo en la Font Mágica de Montjuic. Mañaneo de Swing en la Plaza Reial. Me sacudo la resaca con el tweet de alguien que estuvo viendo ayer a La Vella Dixieland en Luz de Gas. Lástima que tengamos una agenda festivalera tan apretada, hubiera estado bien verlos. No pasa nada. Esta noche nos tomamos la revancha.

Aun no sé como he conseguido arrastrar a buena parte de mi familia hasta la puerta de Luz de Gas. Hemos llegado muy pronto y la sala está cerrada, pero como buena familia cortazariana enseguida encontramos con qué matar el tiempo, por ejemplo, contando las terrazas cerradas un domingo. Sólo queda una hora para el concierto y a mi madre le intriga qué vamos a hacer en aquella sala de fiestas: no está al corriente de nada y se debe figurar que estoy tramando algo fuera de lo común, entendiendo por lo común las cosas de todos los días. Cuatro terrazas cerradas y una caña más tarde, Luz de Gas ha abierto, podemos pasar.

Dentro, una luz anaranjada se derrama sobre el dominante rojo de las paredes y los dorados de la decoración. El escenario del antiguo Belle Epoque, boquiabierto, telón corrido, está poblado de silenciosos instrumentos: piano, batería, saxofón, bajo y un reluciente sitar que no mueve ni una cuerda como si se preguntara si la fiesta, al final, no era de disfraces. El cartel del 43° Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona me ha delatado y no tengo mas remedio que desvelar el misterio: vamos a ver al Jaume Vilaseca Quartet acompañados por el sitarista hindú Ravi Chari. Lo digo muy despacio para dar tiempo a que la sala se llene y se apaguen las luces. Mi padre musita que lo había visto anunciado en internet hace unos días. Los músicos entran en escena. Ya no hay escapatoria. La primera impresión es el colorido y la armonía con la que se desarrolla el cuarteto, un jazz fluido y optimista, por el que se asoma algún que otro tono flamenco y matices sudamericanos.
Ravi Chari se pone en funcionamiento y todos juntos nos regalan lo mejor de Mumbai. Nos eleva el sitar de este sonriente Django hindú, encabalgado con el experto teclado de Jaume Vilaseca, jugando a responderse entre ellos o a provocar al saxofón de Victor de Diego, que está de fiesta y no se lamenta como los otros de su especie. Circles. De fondo, eficaz, el sólido bajo de Dick Them. Y no pierdan de vista al batería Ramon Diaz, que se desborda y se hace dueño de un cajón al que le saca todo un ejército redoblando para volver a su puesto en la bateria con dos sonoros golpes de platillo, casi cayéndose, y recuperar sus baquetas de genio desdoblado sin que el ritmo se detenga ni un segundo.
Bossa nova en las calles de Mumbai. La fugaz aparición de la vocalista Violetta Curry nos pilla por sorpresa, despliega una voz grave y poderosa que encaja como un guante con el lirismo del pianista y su cuarteto. Al llegar a la esperada Cañitas, mi familia se ha convertido en un cuarteto paralelo, los unos siguen el ritmo con los pies, los otros se palmean las rodillas, el contagio es general: todo el público está preso de un vaivén inevitable.Tanto que al acabar el concierto seguimos aplaudiendo al compás y volviendo a casa, en el metro se nos escapan fraseos de saxofón y vamos tamborileando con los dedos por los pasamanos de las escaleras mecánicas. La fiebre nos duró tres días; una semana más tarde, aún tenemos accesos de solo de batería.

Dr.J






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