Pink Floyd es una de esas inclasificables bandas británicas que ha pasado a través de las décadas de la psicodelia Underground a las reminiscencias más variopintas (electrónica, jazz, punk, blues rock…).

The Wall es una ópera rock compuesta por Waters, protagonizada por un rockero que se aísla del mundo a base de drogas y alcohol. Representa todas esas cosas que nos alejan del otro y separan nuestro yo más huraño de aquellos que nos quieren ayudar. Pero también la lucha por derribar muros ajenos que nos duelen a diario…

Más allá de esta vertiente personalista, para mí y toda una generación, el recuerdo de The Wall va asociado al multitudinario concierto en Berlín de 1990. A la caída de ese muro cuyos restos, después, hemos presenciado con estupor. Al despertar de nuestra conciencia política mientras oíamos hablar, como telón de fondo, de Gorvachov, la Perestroika, el conflicto palestino-israelí y la primera Intifada, Arafat, la inflación del barril de petróleo o de un terrorista libio llamado Gadafi. Mientras, dejábamos atrás la infancia y esperábamos un mundo que sólo podía ser mejor.

Los acordes de Another Brick in the Wall y su ritmo inconfundibles son, en mi cabeza, inseparables de la presencia muda de unos restos que luchan por no ser un souvenir para turistas, de esas pequeñas partes que se preservan en pie con la intensidad del “yo no olvido; esto pasó y me avergüenza”, en la ciudad multicultural y cosmopolita que es hoy la capital alemana. Poco que ver mis asociaciones con el iconoclasta contenido que ideó su autor…

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Another Brick in the Wall by Roger Waters&Cyndi Lauper

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