El contador del Delorean marca el 13 de septiembre de 1960. He aparcado en una azotea, a la sombra de un depósito de agua. Estoy en New York City. Me asomo al borde del edificio y enseguida reconozco Canal Street, el corazón de Chinatown. Gracias al gran cartel del restaurante de Canton Chopsuey, puedo descender por la escalera de incendios de la fachada sin ser visto. Me descuelgo discretamente hasta la calle y me mezclo con el bullicio multilingüe. Mi objetivo no está en aquel lugar, pero no se encuentra muy lejos. Me encamino por el laberinto de calles cuadriculadas siempre hacia el este. El olor de la comida china se mezcla con el de los boniatos calientes del vendedor de la esquina. Un hombre de unos cincuenta años embutido en un traje italiano que le queda pequeño me pregunta la hora y le digo que no puedo ayudarle porque si llega a ver mi reloj digital podría causarse una paradoja espacio-temporal que tal vez cambie el futuro por completo. Sigo avanzando y veo de lejos las fachadas llenas de hollín de los bloques de Grand Street. Un cilindro giratorio con un dibujo en espiral blanco, azul y rojo señala la barbería de la esquina. Junto al escaparate hay colgado un viejo cartel que anuncia la actuación de Ornette Coleman en el Five Spot el 17 de Noviembre de 1959. Aquella sesión marcó el momento en el que el free jazz eclosionaba de una vez por todas para comenzar una nueva revolución musical. De pronto el mundo se había puesto a girar mas rápido y lo hacía en torno al free jazz. No obstante, el cambio no había cogido a nadie por sorpresa, los indicios se habían ido acumulando a lo largo de la última década: el testigo de la brillante libertad dejado en el aire por Yardbird contenía un enigma que nadie acababa de resolver, los experimentos de la búsqueda infatigable del prodigioso Miles Davis no terminaban de cuajar y el atrincheramiento de Thelonious Monk y John Coltrane en el Five Spot  parecía un intento de salvar los muebles de la decadencia. Solo un alma había podido resistir a tanto movimiento, un artista conocido de todos ellos que, ante semejante vaivén, había decidido que lo mejor era desaparecer una temporada. Hablamos del mejor saxo tenor de finales de los 50, el genial Sonny Rollins, también conocido como Newk.

Su mayor éxito había llegado en 1956 con Saxophone Colossus, el álbum que contenía su eterna St Thomas surgida a partir de un ritmo de calipso caribeño que su madre le cantaba cuando era pequeño. Tras firmar con Blue Note, y dejar claro lo que valía, en 1957 aporta su granito de arena a la metamorfosis del momento al demostrar que se puede prescindir del piano y basarse únicamente en el bajo y la batería. Miles se declara fan de Sonny Rollins, Monk lo considera su protegido, todo iba sobre ruedas y, sin embargo, desoyendo los consejos de todos sus amigos, desapareció de la escena. Nadie en todo Manhattan puede dar noticia de su paradero. Pero yo sé donde encontrarlo.

Acabo de cruzarme con un nutrido grupo de judíos que salen de la sinagoga de Broom Street y justo en la esquina por la que está doblando aquel camión rojo de Budweiser puedo ver Delancey Street: la calle que desemboca en el Williamsburg Brigde. A medida que avanzo por el esqueleto metálico del puente colgante, el ruido de la ciudad se va disipando y se mezcla con el zumbido de los coches que cruzan el puente para formar un murmullo trepidante del que solo sobresalen los aullidos de las sirenas. Un temblor inesperado sacude la estructura. Es el inconfundible fragor del metro que parece que va a desmontar hasta el último tornillo del puente. Cuando se aleja comienzo a distinguir el profundo sonido de un saxo. Lo que suena se parece mucho a Without a song. Enseguida reparo en la figura de jugador de beisbol de Newk, balanceándose agarrado al saxofón, poseído por su música en una especie de trance. Llego a su altura en el momento preciso en el que se toma una pausa. "Perdone, es usted Sonny Rollins?" Me recibe con la sonrisa de un fugitivo que decide entregarse porque sabe que ha sido descubierto."El mismo, amigo, en qué puedo ayudarle?" Dudo como responder a su pregunta, lo único que pretendo es que siga haciendo lo que está haciendo. "Viene a menudo por aquí?". Asiente de manera efusiva: "Todos los días llueva o nieve o haga sol... es el único lugar en el que no molesto a los vecinos!" Le digo que entiendo lo que quiere decir, le deseo buen día, le estrecho la mano y me dispongo a volverme por donde he venido. Me giro en el último momento para añadir: "No tarde en volver, ahí fuera le echan de menos!" "No creo que sea para tanto, pero gracias!" Y vuelve a entrar en trance para atacar un principio del futuro The Bridge, que publicará en un par de años, cuando decida volver al mundo real. Pero aún le quedan muchos días de sol, lluvia y nieve hasta encontrar su camino. En una entrevista dada a la televisión unas décadas más tarde, explicará que decidió detenerse porque sentía que el éxito le había llegado demasiado pronto y que, aunque todo el mundo le decía que lo que hacía estaba muy bien, él estaba seguro de que lo podía hacer mejor. "En la vida tienes que ir en tu propia dirección, no importa lo que te digan los demás. Si no lo haces, lo que obtengas te parecerá un fraude."


Mientras vuelvo a Chinatown y a nuestros días, os dejo escuchando The Bridge, el fruto de esa primera pausa sabática de Sonny Rollins. Podréis ver a esta leyenda viva del jazz en el 44 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona el 20 de Noviembre  a las 21 horas, en el Palau de la Música Catalana.

Dr. J



The Bridge by Sonny Rollins


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