Goran Bregovic, Madrid
Un concierto de Goran Bregovic empieza, como muchas otras cosas buenas, escuchando trompetas en la lejanía, reales o metafóricas. En este caso, por las escaleras de la parte de atrás de La Riviera descienden, ceremoniosos, los vientos que forman parte de una Orquesta para Bodas y Funerales que ni siquiera está en el escenario todavía.

Según descienden van rociando de magia balcánica a todo el que encuentran en su camino hacia las tablas, y esa magia empieza a deslizarse por todo el público asistente.

En ese punto, los vientos cesan, y un traje blanco impoluto y reluciente, aparece en escena con el pelo alborotado, sonrisa pícara y ojillos achispados. Hace una reverencia, se sienta, agarra su guitarra rara, no necesita más, y presiona algo en la pantalla del teléfono. Con el móvil sólo controla las percusiones, no creáis, al resto de siete miembros de la orquesta los controla con la mente, la mano derecha y sus ojillos.

Todo empieza a sonar al unísono. Trompetas, trompas y saxo. Y esa magia esparcida por los vientos al inicio empieza a hacer efecto entre los presentes que, sin saber muy bien por qué, empiezan a notar espasmos en hombros, los pies se les empiezan a mover por sí mismos y los brazo se lanzan al viento balcánico que azota la sala. Hasta la palmera se despeina sin remedio.

Goran Bregovic, Madrid

Después la presentación de rigor: 'Hola Madrid, hoy repasaré algunas canciones antiguas de las películas, de Carmen with Happy End, de mi disco Champagne for Gypsies, y algunas nuevas [no tanto ya Goran] de Three Letters from Sarajevo. Tocaremos todas las que tengo en español, perdonad nuestro acento'

Y dicho y hecho. El ritmo frenético de 'Vino Tinto', 'Balkanieros' o 'Presidente' se va intercalando con momentos de solemnidad cuya cumbre es siempre 'Ederlezi', himno no oficial del pueblo romaní de los Balcanes, cantado a dos voces búlgaras que estremecen, uno de los pocos momentos en los que Goran Bregovic se pone pie y escucha con respeto y devoción.

En la parte final el delirio balcánico es conocido, brindis con rakija en 'Alkohol', canto a la 'Mesecina', a la carga con 'Kalashnikov', el público coreando 'Caje Sukarie', un lololo tan familiar como emocionante, y a casa con la sonrisa puesta, no sin antes corear y bailar un poco más.

Un traje blanco impoluto y reluciente abandona el escenario mientras una mochila negra abandona la sala, cada uno con su pelo un poco más alborotado que al principio, su sonrisa del trabajo bien hecho y sus ojos en busca de la siguiente chispa. Ziveli, Goran, a tu salud.

kboy

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