Estoy en una estación en la que los carteles están en un idioma incomprensible: las letras decoradas con todo tipo de extraños dibujitos y signos de acentuación. Nadie habla inglés, por eso me cuesta unos minutos averiguar donde me encuentro: Praha, República Checa. El como he llegado hasta aquí es un misterio festivalero de esos que solo ocurren cuando uno va camino Sziget: la magia de la isla de Obuda comienza a obrar en la distancia incluso varios días antes del principio. La estación es un hervidero y el tren a Budapest es el más esperado. No anuncian el andén hasta diez minutos antes de la salida y cuando lo hacen, un tumulto se encamina a la vía 3. Lo forman los locales que se dirigen a Brno o a Bratislava y un nutrido grupo de festivaleros luciendo pintas de lo mas variadas, cargados con mochilas, sacos, guitarras y tiendas de campaña. El tren esta de bote en bote. No cabe un alfiler. Me hago fuerte en un rincón bastante aceptable, sentado en el suelo, y me dispongo a defenderlo durante las seis horas de viaje que me esperan. Menos mal que me he traído para leer... Enfrente de mi una abuela checa esta sentada junto a un heavy con un pendiente gigantesco en la oreja izquierda, a través de cuyos auriculares el vagón entero escucha la discografia completa de los Motörhead. A mi derecha un paisano aguanta de pie con una cesta de setas recién cortadas y resopla como para espantar el calor. A medida que atravesamos la campiña checa, los locales se bajan del tren y van dejando el lugar a los festivaleros, que salen de los pasillos, del vagón restaurante, de los servicios. De pronto son las diez de la noche y ya hace una hora que estamos en Hungría. Me encuentro rodeado por un grupo de italianos que les dan una chapa implacable a unas americanas que hablan alemán. A lo lejos me parece oír españoles, y un grupo de portugueses van y vienen por los pasillos sin poder decidir donde quedarse. Un momento, que retiro la maleta. Obrigado, de nada. Buen Festival! Y después de una llegada interminable, entre arritmicos traquetreos y chirridos oxidados, el tren se para definitivamente. Estamos en la estación de Keleti Pû. Reconocemos el calor húmedo tan característico de la ciudad. No cabe duda: los Festivaleros! ya están en Budapest!

Dr.J.






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