Éramos muchos los que esperábamos con impaciencia el 19 de Noviembre, fecha fijada para el lanzamiento de lo último de Extremoduro. Hace unos días Warner Music, anunciaba el rapto de copias de sus despachos y el disco entero apareció unas horas después por los cuatro rincones de la red. Como la distribución pirata era un hecho consumado, la discográfica decidió adelantar la fecha de lanzamiento al viernes pasado. Así ha sido la tumultuosa historia de Para todos los públicos, un álbum deseado por los seguidores del Robe y los suyos desde que arrasaron listas y ventas con Material Defectuoso hace dos años.

Todo esto nos hace pensar, una vez más, en el momento crítico que vive la música. El triángulo artista-discográfica-público se ha convertido en una trama de amor, odio y, en muchas ocasiones, desconfianza. Lo que está claro es que el soporte virtual ha democratizado la cultura para ruina de la industria y que los artistas y sus intermediarios deben decidir qué hacer con todo esto. La mala noticia es que su producto, el disco, ha perdido valor como objeto, la buena, que la expectación por la novedad y, sobre todo, el interés por el contenido siguen intactos. Después de vivir un siglo en el que, no solo en la música, sino en casi todos los ámbitos, los artistas han crecido hasta convertirse en iconos, vendiendo a veces su imagen, su voluntad y sus ideas a cambio de lujo y fama, ha llegado el momento de bajar a la tierra y defenderse donde corresponde: abandonar la confortable sala de grabación y subirse a los escenarios donde, claro está, se corren riesgos, pero la comunicación con el público es directa y sincera. Allí, el éxito se consigue por otro medio: hay que asegurar una buena actuación para conseguir una mayor entrada en el concierto siguiente que será, probablemente, en un escenario más grande.

Es decir que, a mi modo de ver, es tiempo de cambiar la carrera por vender más copias por la de llenar salas y quien dice salas, dice estadios. Es muy probable que, en este proceso, el futuro de las grabaciones sea convertirse en un flyer, un reclamo que se distribuye para conducir al público al pie de los escenarios. Algunos ya lo han entendido. Muchos de ellos son nuevos artistas que han nacido a través de la red, que los ha viralizado hasta el éxito de masas; otros son tozudos creadores, como los Vetusta Morla, La Pegatina o los Dub. Inc, que, en lugar de llorar por la falta de ventas y la piratería, se han empeñado en triunfar a base de entregarse al público en sentido literal, esto es, no perder nunca la confianza ni el objetivo artístico, multiplicarse a sí mismos y ofrecerse gratis o a bajo precio para conseguir, a cambio, la satisfacción de que su mensaje se transmita y su público crezca. Y funciona.

Por eso el pánico que cunde entre la industria y algunos artistas no me parece fundado: lo que perderán en discos, lo ganarán vendiendo entradas de conciertos y todo tipo de merchandising de los grupos. En el fondo, una forma mucho más cool de ganarse la vida que intentar vender un producto ampliamente encarecido, sin que el comprador final sepa muy bien por qué, e intentar exprimirlo con la ayuda de ciertas organizaciones que se dedican a perseguir las migajas de los derechos de autor hasta el ridículo de cerrar los bailes de las bodas o amenazar a incautos peluqueros que solo pretenden entretener con música la espera de sus clientes. 


Todo esto para decir a Extremoduro que no se preocupen, que nos parece que el que su disco haya corrido como la pólvora es, ante todo, una buena noticia, y que sabemos de sobra que su próxima salida será un triunfo en cada lugar en el que pongan el pie. Otro día hablaremos del contenido del disco. Por el momento, para celebrarlo, os dejamos el sonido de ¡Qué borde era mi valle!, aunque ya sabemos que muchos lo tenéis en vuestros discos duros desde hace diez días... Banda de piratas.

Dr. J


Video: ¡Qué borde era mi valle! by Extremoduro (Audio Oficial).
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