Cuando mi compañero Andrés me propuso allá por marzo ir a ver el proyecto musical de su profesor de trompeta en un local apellidado la Cloaka no sabía dónde me metía.

Allí descubrí un grupo fuera de todo tipo de clasificación, encadenando un tango con una canción más flamenca, o una copla, con un personaje detrás del micrófono y monstruos detrás de los instrumentos, y un público entregado a la causa. La verdad uno de los mejores conciertos a los que he asistido.

El mismo Andrés me dice que la misma “Canalla” tocará en la plaza de un pueblo un sábado. Tenía curiosidad por comprobar si este grupo era capaz de luchar contra la indiferencia en un concierto en la plaza del pueblo.

Los teloneros no ayudaron con un jazz fusión con casi todo pregrabado. Y después de 40 minutos (que parecieron horas), cerraron con un tema aceptable.

El público recibe La Canalla casi con la misma indiferencia. Los parroquianos reunidos en la plaza de la iglesia del pueblo no se esperaban esto. Desde las primeras notas ocurrió algo, este público pasivo demasiado ocupado en ver lo que tenía en el plato levanta la cabeza. Los gestos y semblantes cansados y aburridos se tornan alegres y más vivos: la Canalla está en la plaza.

El Chipi personaje, inconfundible, con su salero gaditano, nos engatusa con su fraseo, su rima, y la manera tan suya de contar vivencias entre canciones, o dentro de las mismas. Yo desde entonces no miro mis calcetines de la misma manera.

Julián Sánchez, el trompetista, un crack: su primer solo me dejó pegado al asiento ¿Cómo se puede tocar de esta manera? Fina, precisa, íntima pero con esta seguridad que dan los años en los escenarios de medio mundo.

El Maestro Javier Galiana al piano, verdadera alma del grupo, que  acompaña musicalmente con el piano o con su voz, a contratiempo y contracorriente, una frase que no te esperas, un guiño a King África, o esta pregunta: “¿Qué tiene la Negra?”

Se bajaron de manera prematura del escenario bajo los aplausos de un público cada vez más caliente. No era el final, ni uno de esos descansos que acaban arruinando una actuación, no. Se pusieron allí, en medio del público, entre las mesas que los locales tenían instaladas en la plaza, a tocar sin micrófono, sin modernos equipos de sonido, ni juego de luces: ¡Sin trampa ni cartón!

Y al final, Tes quiero may lof, canción sublime que resume a la perfección el espíritu de este grupo: letras que no dicen realmente lo que dicen y músicos virtuosos que llegan a enamorar. Allí detrás de mí, unos guiris (esos extranjeros norteños preferentemente quemados por el sol) cantando, palmeando, ellos también rendidos a la tremenda marcha que tiene este grupo.

Tres de la madruga Plaza de la Iglesia de Monda (Málaga). Se retira La Canalla y la gente se resiste a dejar el sitio. Este público que no sabía lo que iba a liar La Canalla. Esta canalla que, como una famosa marca de cerveza “donde va triunfa”, esta noche en Monda, hace unos meses en Estados Unidos, y mañana donde le toque.

Mescouillesenskis


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