Lollapalooza Berlin

El vuelo número uno procedente del planeta Lollapalooza aterrizaba hace una semana en el aeropuerto berlinés de Tempelhof, cerrado en 2008 para aviones y viajeros y recuperado, al puro estilo Berlín, para eventos como por ejemplo este festival.

Probablemente el festival de música alternativa más emblemático de Estados Unidos, donde empezó en los 90, Lollapalooza cuenta ahora con franquicias en Chile, Argentina, Brasil (próximamente Colombia) y cuando se plantearon dar el salto a Europa, tanto su creador Perry Farrell (Jane's Adiction) como el equipo de festival tenían claro que la ciudad tenía que ser Berlín.

Lollapalooza Berlin 2015El recinto, como digo, un antiguo aeropuerto, hace patente ese afán berlinés de usar antiguas infraestructuras para nuevos proyecto (ya os hablamos del Berlín Festival). Un escenario, el Perry's Stage dentro de un antiguo hangar de aviones, otro, el Main Stage con la torre de control a sus espaldas, o los otros dos Main 2 y Alternativa delante del antiguo edificio gris de las terminales, daban al festival un aspecto urbano y chocante a primera vista. La sensación de estar de prestado en un sitio en el que no deberías. 

Lollapalooza Berlín intenta pues mantener el espíritu original del Lollapalloza (palabra que significa 'algo inusual y extraordinario'), originalidad visual, música rebelde y cultura joven... y adaptarlo a la identidad propia de la primera ciudad europea que lo alberga. El resultado entronca totalmente con el espíritu del nuevo Berlín, en el que la espontaneidad que la vio crecer en los 90 dio paso al caos y al desborde creativo como producto de moda que atrae a jóvenes de toda Europa (y a festivales); sin complejos ni ataduras estéticas, al menos aparentes, y con un concepto único de la diversidad y de lo poco académico, que les permite experimentar con cosas que en cualquier otro lugar serían inimaginables.

Lollapalooza Berlin 2015

LO MALO


El aterrizaje de Lollapalooza llegó contra todo pronóstico con un retraso considerable. Nuestra primera sensación del festival fue cambiarle el nombre y llamarlo Cola-palooza, pues dos horas después de llegar al recinto todavía no habíamos entrado. Al entrar, el colorido de la cartelería, los puestos de comida y bebida y el diseño de los escenarios y recinto en general, se mezclaba con el gris del suelo que otrora albergó las pistas de despegue y aterrizaje del aeropuerto.

Cola-palooza Berlin
El hecho de estar en un sitio que prometía ser mágico se mezclaba con gente haciendo colas para todo. Para comer un kebab, un perrito o un plato de arroz vietnamita, había gente que esperaba hasta 1 hora de cola, con paciencia alemana. Para pedir una cerveza, bueno, "sólo" veinte minutos. Para ir al baño, ni se sabe, mejor buscarse la vida con métodos alternativos que perderse los conciertos en la cola del WC.

El primer día fue bastante lamentable en ese aspecto. Los datos de la organización nos hablan de 50.000 personas por día, y está claro que o bien los puestos no estaban dimensionados para tanto o todo el mundo iba muy lento haciendo sus cosas. Hubo gente que se puso en la cola para comer y acabó haciendo merienda-cena. El domingo tema de los baños pareció arreglarse; se solventó una avería mecánica que parece provocó el pequeño caos del sábado. Cosas del directo. aunque personalmente creo que hubo un poco de todo.

Finalmente, que el festival acabara a las 11 de la noche también nos dejó un poco fríos. Al acabar el último concierto, había que irse del recinto puesto que no había más opción musical por allí. Al menos para el público general, porque los vips y prensa sí podíamos acceder a una afterparty con, por ejemplo, Martin Garrix pinchando en una de las salas very importantes. Se hubiera agradecido un espacio con Djs para el resto de la gente. Menos mal que la noche en Berlín tiene mucho que ofrecer a quien sabe buscar.

LO BUENO


Me gustó la parte visual, con monigotes que parecían sacados de comics noventeros, y los colores vivos que le daban al festi en general un aspecto de feria psicodélica. A eso ayudaba la carpa LollaFunFair de donde surgían espectáculos de teatro callejero que recorrían el recinto del festival. Un teatro de estética steampuk, subcultura inspirada en los fans de la tecnología victoriana y el progreso en forma de mecánica neumática, vestidos y trajes de esa época, carromatos imposibles haciendo carreras conducidos por pilotos chiflados con gafas de aviador... un toque para trascender la música y hacer del festival algo más que una serie de conciertos.

También apoyaban esa intención el escenario Kidzapalooza, en el que los más peques pudieron disfrutar de actuaciones especiales para ellos, talleres, películas, la zona llamada Lollart y el Fashionpalooza, presentando a los pies de un avión (de verdad) tendencias de moda en un rincón del recinto.

El festival, además, se enorgullece de su carácter verde en forma de contenedores de reciclaje, un espacio verde con información dentro del recinto y el uso de vasos reciclables. El resultado, poca basura por el suelo y un festival bastante limpio, como tiene que ser. El precio nos pareció un poco caro en relación a la ciudad aunque en el límite de lo desorbitado. 4,5€ por algo más de un tercio de cerveza. Bueno, ¿y qué esperábamos?


LA MÚSICA


Musicalmente el cartel a priori era de lo mejorcito que se podía ver en Europa si nos centramos en un tipo de música pop de corte británico completado con una sección electrónica y aderezado con toques de variedad alemana. Faltó algo más del rock más guitarrero que construyó la imagen de los primeros Lollas en los 90.

El primer día hubo altos y bajos, y de los bajos lo más sonado para mi fueron The Libertines. La recuperada banda de Pete Doherty ganas -las mismas que teníamos nosotros de verles- y con actitud ante un público alemán que les adora. Pero después de las buenas sensaciones iniciales se fueron diluyendo y por momentos parecía tratarse más de un ensayo que de un concierto, falto de ritmo, canciones a medio terminar y falto de acercarse al micro mientras cantas Pete! Los mejores momentos, el inicio del concierto, su himnos antiguos 'Time for Heroes' o 'Don't Look Back Into the Sun'. En definitiva, un concierto ramplón y un consejo: esos nuevos himnos para la juventud maldita hay que ensayarlos más, chavales. Eso sí, fotogénicos sois un rato.

The Liberintes en Lollapalooza Berlin


La unión de Franz Ferdinand con Sparks (FFS) resultó divertida a media tarde por lo a ratos estrafalario de la misma. Aunque tampoco acabó de convencer sobre todo si vas esperando la energía de los Franz y te quedas con esta colaboración que no aporta gran cosa a las bandas por separado.

Una colaboración que resulta exactamente lo que te esperas de ella es la unión de Skrillex y Boys Noize llamada Dog Blood, que dan tralla electrónica mezclando el dub step evolucionado del primero con el electro más punk del segundo.

Los electropoperos Hot Chip también nos dejaron muy buen sabor de boca, a pesar de tocar a primera hora de la tarde. Una gran lección de mezclar electrónica con instrumentos y unas melodías hipnotizantes. Así como los austríacos Parov Stelar Band, que han dado con una tecla muy bien tocada, aunando la moda del electroswing que ellos llevan ya tiempo cultivando, con ráfagas trompeteras y unas bases muy bailables. Todo ello completado con el incuestionable carisma y presencia escénica de su actual cantante Cleo Panther.

Parov Stelar Band en Lollapalooza Berlin


Como no había comido nada se me ocurrió ponerme en la cola de los perritos que me fue llevando, muy poco a poco y sin remedio, desde los ecos de Chvrches hacia la grandilocuencia de Bastille, asistiendo sin quererlo a una versión un tanto infame de la famosísima 'The Rithm of the Night' de Corona.

La sopresa del primer día fueron para mi los alemanes Deichkind, un grupo de hip hop electrónico con una puesta en escena brutal a base de cascos, trajes o guitarras de luces, disfraces imposibles y un dinamismo del escenario y la banda que completan un todo muy espectacular.

Para el Domingo todo estaba mejor, la entrada, los baños y la música también acompañó durante todo el día. Además al ir comidos pudimos disfrutar de los conciertos más libremente. De todo se aprende. Nada más llegar tanto Stereophonics como Klangkarussell nos metieron enseguida en el festival cada uno a su manera, los primeros a base de ese pop tan british de la vieja ola que te deja con ganas de más y los segundos a base de un house cantadito, a ratos demasiado deep para mi gusto y para primeras horas, en el cual el tiempo se desvanece.

Unos de los grandes destacados, pese a llegar tarde, empezar tarde y tocar apenas 40 minutos, fueron, como no, Crystal Fighters, que nos dieron rienda suelta a las ganas que teníamos de botar y despelucarnos. Hubo momentos para temazos de su último y bailongo disco, como 'You and I' , cositas más antiguas como 'I Love London', para su demostración a la txalaparta electrónica y para el recuerdo, como no, de su fallecido batería Andrea Marongui. Uno de los conciertos que más conectó con una audiencia no excesivamente expresiva la alemana.

Con el subidón nos fuimos a ver Beatsteaks, que mantuvieron el nivel y fue una pena no poder ver el concierto entero porque se solaparon con el retraso de Crystal Fighters. Pero los alemanes sonaron atronadores y nos pegamos unos buenos guitarrazos de aire el tiempo que tuvimos. Ya en la recta final, Sam Smith, posiblemente la mejor voz del festival, me aburrió (lo siento) soberanamente. Supongo que también tuvo algo que ver las ganas de ver a Seeed, que clavaron su raggamuffin elegante y estuvieron de diez en constante conexión con el público. Jugaban en casa y se notaba mucho. Pero ya había motores calentando no muy lejos de allí y sus vientos nos arrastraban hacia el escenario principal y hacia el concierto más esperado del fin de semana.

Seeed en Lollapalooza Berlin
Algunos insensatos optaron por irse a ver a Tame Impala (es broma) mientras Matt Bellamy, Christopher Wolstenholme y Dominic Howard salían al escenario convertidos en una máquina llamada Muse, como si fueran los creadores de la música que salvará al mundo en la era tecnológica. El poso de crítica social desde su casi inalcanzable posición en el mundo de las superestrellas me genera algo de contradicción. Pero creo que Matt se lo cree. Y estés de acuerdo o no, es innegable que la perfección del directo, el sonido que consiguen sin bases pregrabadas (creo y espero), la épica de las canciones y el dominio del tempo, de los instrumentos y de la escena, hacen que Muse no necesiten ya ni siquiera de grandes alardes de luces o de fuegos artificiales para ponerte los pelos de punta con cada nota y con cada grito desgarrado. No hay diferencia entre canciones nuevas y antiguas, todo suena compacto y fluido a la vez, hasta el mínimo detalle tiene importancia en el todo. Y ese todo es aplastante.

Iba a disfrutar y ver qué pasaba y Muse me paso por encima como un avión despegando hacia el futuro al que te quedas mirando con la boca abierta.

kboy


Muse, de los mejores conciertos que se pueden ver a nivel mundial


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