Partitura, Wagner, Tristán e Isolda

Dentro de los aficionados a la música clásica, los aficionados a la ópera son un grupo aparte, más o menos raro; ahora bien, entre los aficionados a la ópera, los wagnerianos constituyen una subespecie con características propias. Los identifica la adoración al Maestro, Richard Wagner, y a sus obras (a modo de ejemplo, en muchas ciudades del mundo hay Asociaciones Wagnerianas, mientras que no se conocen Asociaciones Beethovenianas o Verdianas o Bachianas).

En el marco de esta religión, Bayreuth es La Meca a la que hay que peregrinar. Es una pequeña ciudad de 70.000 habitantes situada en Baviera (Alemania), a 230 km al norte de Munich, que no tiene nada de especial excepto que fue la ciudad elegida por Richard Wagner para vivir (pasó allí los últimos 9 años de su vida) y para construir su teatro, el Festspielhaus, en el que únicamente se representan obras suyas desde que se inaugurara en el verano de 1876 con la primera representación completa de 'El Anillo del Nibelungo'.

Festspielhaus en Bayreuth, Wagner




Precisamente la razón de que Wagner escogiera Bayreuth es que está lejos de cualquier sitio interesante y no tiene nada que pueda distraer al visitante del objetivo del viaje: escuchar las óperas del Maestro. Así que peregrinar a Bayreuth consiste en hacer un viaje muy largo (normalmente, avión a Munich o Frankfurt y tren o coche a Bayreuth) para llegar hasta allí y adorar al compositor visitando su casa y su tumba, y asistiendo al Festspielhaus a escuchar alguna de sus óperas. Esto sólo es posible durante el Festival de Bayreuth, que se celebra en verano durante un mes, empezando a finales de julio.

Wahnfried, la casa de Wagner, es ahora un museo en el que se pueden ver sus muebles, sus libros, sus partituras manuscritas, y su tumba, que está en el jardín y que consiste en una lápida negra, lisa, sin ninguna inscripción (no hace falta, los buenos wagnerianos saben de sobra que allí reposan sus restos) y, al menos en verano, cubierta de flores con las que los asistentes al festival homenajean al Maestro.

Como todo lo que tiene relación con Wagner, el Festspielhaus es un teatro de ópera muy especial. Como sus óperas tienen una orquesta muy nutrida (del orden de 100 músicos), es una verdadera hazaña para los cantantes sobrepasar esa masa de sonido desde el escenario.

Festspielhaus en Bayreuth, Wagner
Los cantantes wagnerianos suelen ser una raza aparte, se especializan en ese repertorio y en muchos casos sólo duran unos pocos años en plenitud de facultades (cantar papeles como Sigfrido, Brunilda o Tristán no es cualquier cosa). Wagner era consciente de esa dificultad y pensó, muy acertadamente, en una solución a ese problema: el foso cubierto.

Así que el Festspielhaus de Bayreuth es el único teatro del mundo en el que el foso de la orquesta tiene una cubierta de madera abierta hacia el escenario pero que oculta a la orquesta y al director de la vista del público. De ese modo, el sonido de la orquesta va primero hacia el escenario, se funde con las voces de los cantantes y luego llega a la sala. El resultado es exactamente lo que Wagner pretendía: una acústica maravillosa, que no se parece a la de ningún otro teatro del mundo, y gracias a la cual las voces se escuchan perfectamente sin necesidad de que los cantantes se desgañiten. Pero además da lugar a otro efecto: el público no ve salir al director por lo que el principio de la representación es también una experiencia única. Las puertas de la sala se cierran (con llave), las luces se apagan y entre el público se hace un silencio total, expectante; de pronto la música llena la sala como si viniera de ningún sitio.

Festival Bayreuth, Wagner
Esos son los ingredientes principales de la mística de Bayreuth. Pero hay más: los descansos duran 1 hora, lo que sumado a las entre 3 y 5 horas que duran las óperas en sí, da lugar a que las funciones empiecen a las 4 de la tarde y acaben a las 9 o 10 de la noche. En los descansos es obligatorio salir de la sala (de nuevo se cierra con llave, esta vez con el público fuera) así que los asistentes se dedican a pasear por los jardines que rodean el teatro, a tomarse unas salchichas o unos pretzels, y a comentar con los acompañantes lo maravillosos que son la orquesta y el coro, cómo de bien o mal han estado los cantantes (en Bayreuth, en ese apartado suele haber de todo, como en botica), y lo horrorosa que ha sido la puesta en escena (últimamente Bayreuth es un taller de investigación de las últimas tendencias escénicas así que la mayor parte de las veces, lo que uno ve no tiene ninguna relación con el texto que están cantando ni con la música que Wagner compuso para él).

El final de los descansos, así como el comienzo de la representación, lo anuncia una fanfarria de instrumentos de metal que salen al balcón del Festspielhaus y tocan una breve melodía que pertenece al acto que va a comenzar a continuación, y que todos los asistentes reconocen, por supuesto.

Después de haber visto dos o tres óperas en Bayreuth, el buen wagneriano puede continuar la peregrinación visitando los castillos del rey Luis II de Baviera, protector y mecenas de Wagner, en los que se puede encontrar abundante iconografía wagneriana. Pero eso es otra historia.

Almudena Díez


Festival Bayreuth, Wagner

Festival Bayreuth, Wagner

Festival Bayreuth, Wagner
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