Royal Blood, Madrid, Concierto
Hacía tiempo que estaba tras la pista de Royal Blood para encontrarlos en directo. Por unas u otras razones nos habíamos estado esquivando en festivales y se me habían resistido hasta ahora. Leía y escuchaba con entusiasmo a aquellos que sí habían podido verlos en directo. Ahora ya soy uno de ellos y puedo decir con una sonrisa que sobreviví al terremoto de Royal Blood en Madrid

El Palacio de los Deportes es uno de esos lugares míticos de conciertos madrileños donde sólo nombrarlo vienen recuerdos de mil y una noches de música y eso que no es de mis lugares preferidos: mala acústica (tradicionalmente), demasiado frío (mucho cemento a tu alrededor), visión regular del escenario (por distancia o falta de altura). Sin embargo, he de decir que la versión Ring, mucho más reducida, con una estética más cuidada y sobre todo con un sonido que te descarga encima sus vatios, me ha sorprendido.

Así se vio desde el primer minuto cuando Black Honey saltó al escenario para calentar al personal. Su universo oscuro (muy propio en estas fechas de Halloween) y el magnetismo que desprende el rubio platino de Izzy Baxter ejercieron a la perfección de teloneros. Media hora más que aseada para tocar sus canciones y dejar flotando en el aire un poso de que tienen camino por delante para seguir creciendo como grupo.

Con puntualidad británica se apagaban las luces y empezaba el trance que provoca Royal Blood. Así lo vive el dúo británico, especialmente un Mike Kerr que parece absolutamente poseído durante los casi noventa minutos que dura el concierto. Su mirada se pierde en el infinito mientras su mano izquierda cobra vida propia para moverse por el traste a una velocidad endiablada, inverosímil para el resto de los mortales. Mientras, Ben Thatcher ejerce de motrónomo con una precisión milimétrica, casi infalible.

Desde el primer acorde de How Did We Get So Dark? no hay descanso. Los coros que se confunden con el fondo del escenario mueven la cadera y los hombros al ritmo que se marca a escasos centímetros. No hacen falta más florituras, es música en estado puro, una batería y un bajo. Una descarga que te aplasta desde el minuto uno. Los sólos de guitarra, los riffs programados, los solos de batería... todo va in-crescendo. Cierto es que las nuevas canciones todavía no llegan con el mismo entusiasmo a la gente que las rompedoras del primer álbum. Pero el espectáculo no se detiene. Las luces blancas del escenario se confunden con las pantallas de los móviles que se elevan para grabar Lights Out. Todo está programado y el clímax llega con el gran final. Cuando se desgarran las primeras notas de Figure It Out Royal Blood se vuelven absolutamente imparables.

Ahí podía haber terminado el show. Apenas hora y diez de concierto. No hacía falta más. Pero quedaba la descarga final. La última ametralladora con la batería disparando sin piedad. Con Mike más en trance que nunca. Con Ben paseándose por el foso saludando al público y recorriendo el escenario. Todavía quedaba sudar la última gota de sangre, real o imaginaria, quedaba Ten Tonne Skeleton y, como traca final, Out of the Black. El escenario se oscurece, dos focos se centran en una guitarra colgada sobre un micro y un gigantesco gong. El terremoto Royal Blood ha pasado por Madrid... y hemos sobrevivido. Hasta la próxima.

J&B
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