Un piano comienza a sonar, el contraluz ilumina una silueta donde llaman la atención esa mata de pelo salvaje y las gafas de sol de aviador, siempre puestas, sea de día o de noche, haya sol o la guitarra española esté entre la tiniebla. Una nube de humo se pierde en el aire como se van perdiendo los versos de Cuino Scornik, alter ego, mano derecha, hermano de Calamaro.
La caja y las cuerdas de la guitarra te hacen cruzar el océano. Los coros te balancean mientras esa voz rota te mira, segura tras los cristales oscuros, directamente a los ojos: dicen que hay un mundo de tentaciones. Y sigue meciéndote esa letra misteriosa que habla de represión, de exilio, de ausencia, de muerte, de fútbol, de drogas, de otros tiempos no tan lejanos. Que habla del corazón y con el corazón la canta un Argentino mirando hacia México.
Estadio Azteca te atrapa desde la primera nota, te obliga a mirar a Calamaro, frente al piano o sentado con su guitarra. Esperando que el poeta pronuncie esos primeros y enigmáticos versos. Te hace cantar, corear la letra, dejarte la garganta esperando que, una última vez, rompa su silencio...
Gracias le doy a la Virgen,
Gracias le doy al Señor,
Porque entre tanto rigor
Y habiendo perdido tanto,
No perdí mi amor al canto
Ni mi voz como cantor
En ese momento le miras directamente, intentas atravesar esos cristales oscuros mientras se te escapa una media sonrisa. Maestro, una vez más, lo clavaste! Tantas cosas encerradas en una frase, tantos significados en unas palabras... Y mientras lo dices, él te devuelve la media sonrisa y vuelve al principio...
Prendido a tu botella vacía, esa que antes, siempre tuvo gusto a nada
J&B
Estadio Azteca by Calamaro
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