Cae el sol a nuestra espalda mientras abandonamos las montañas de Yosemite. Al fondo, las llanuras y el silencio de Death Valley. Y frente a nosotros una carretera, llana, recta, infinita. En medio de la nada, cuando el cielo va tomando cada vez más una tonalidad azul oscura, aparece un pueblo.

Apenas se ve vida por la calle. Encontramos el saloon y nos bajamos del coche. Una nube de humo nos recibe al entrar. Escuchamos un piano y una voz al fondo, pero no podemos distinguir de dónde salen. La penumbra domina la barra en la que un sesentero con chaleco de cuero vigila nuestros movimientos.

Pedimos un shot y una Sam Adams y seguimos acercándonos hacia el escenario. Los parroquianos nos siguen con la mirada sin moverse de sus taburetes. La música comienza a oírse más cerca. Una guitarra acompaña al piano, mientras esa voz dulce, acompasada, te atrapa y te acerca hasta el final del bar.

Tras la nube de humo descubrimos un vestido negro, unos labios rojos, una melena lisa, castaña y unos ojos marrones que te atrapan. Suenan canciones que te transportan de la melancolía al futuro, del blues más sureño al jazz más neoyorkino. Ritmos que te balancean, que te transportan a los cabarets de los años treinta, a otros tiempos...

Se produce un silencio, los músicos se retiran y ella se despide con un tímido see you. Entonces, nuestras miradas se cruzan y una sonrisa se dibuja en sus labios... Hasta Luego

J&B

Marlango dio un concierto privado para unos pocos privilegiados gracias a Schweppes y Rolling Stone con motivo de la edición en España del número 150 de la Revista.





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