Es una carretera serpenteante, en algunos tramos los baches son auténticos cráteres y  cada pocos kilómetros nos detenemos detrás de una carreta cargada de heno y tirada por recios percherones. Estamos en el corazón de Rumanía, en las llanuras de Moldavia, un lugar en el que el tiempo, las nubes y el Moldava pasan sin prisa y con alguna que otra pausa... La tranquilidad y el eterno ciclo del trabajo en el campo solo se rompen con las bodas, los bautizos y los funerales. Los funerales son sentidos y solemnes, pero las bodas y los bautizos se celebran por todo lo alto y nunca falta en ellos una buena fanfarria tzigane para adornar con estrépito el acontecimiento. En la zona en la que nos encontramos cuentan la historia de un trompetista con fama de virtuoso: Gheorghitsa Iorga, el nieto del legendario Busele Caramidan, Boca de Ladrillo, el mejor Helicón de todos los tiempos en la región de Valea Mare. Iorga tocaba a menudo en los eventos de la zona con diferentes miembros de su familia, hasta que un día decidió marcharse para llevar a otros lugares el patrimonio de la música moldava que había heredado de su abuelo. Su hermano estaba en Francia desde hacia dos años y le aconsejó que se reuniera con él: empezaba el momento de la música balcánica, en Francia triunfaba lo tzigane: no había que perder ese tren. Tras una breve aventura en Turquía, Iorga se decidió y se plantó en Marsella. Es el año 2000. Cinco años mas tarde, los nietos de Busele ya estaban preparados para conquistar el mundo. En poco tiempo se unieron a la banda Viorel, el hermano pequeño, que toca el helicón de su abuelo, y el primo Gigel, que resultó ser un virtuoso trompetista. Hoy la banda tiene ya nueve componentes, son una referencia ineludible en el mundo de la música tradicional tzigane y han pasado por escenas míticas, como la Roma Tent de Sziget Festival Budapest en 2010 o el Teatro de Nimes en 2008, acompañando al genio y maestro Goran Bregovic. El pasado fin de semana, la carpa de circo del Festival MediterranéO' de Portet-sur-Garonne acogió su trepidante espectáculo.

Un concierto de Fanfare Vagabontu es como estar en el ojo de un huracán de viento-metal. La complicidad es instantánea; la alegría, obligatoria. Las canciones se encadenan y entre los frenéticos ritmos gitanos tradicionales, entresacamos los memorables Kalasnijkov y Bella Ciao que parecen formar parte del repertorio clásico de este tipo de música. La pista del circo esta repleta pero todo el mundo encuentra un rincón en el que poder bailar este delirio. Los músicos posan para las cámaras sin dejar de tocar y no paran de incitar al público. La temperatura bajo la carpa sube con el turbulento bullicio de la gente y los músicos se despojan de sus camisas entre trompetazo, redoble y golpe de platillos. En la facilidad con la que las notas salen de los émbolos de trompetas y helicones, se percibe la herencia musical del abuelo Caramidan. Reconocemos su carisma en la seguridad con la que Iorga se dirige al público: el orgullo sano de saberse líder de la fanfarria que lleva por todo el mundo la música de sus ancestros, el genuino e implacable sonido de Moldavia.

Dr. J

Nota: No os perdáis la Web de Fanfare Vagabontu, que no tiene desperdicio.
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