Glastonbury Festival. 2013

A Diego A. Manrique,

A la vuelta de nuestra primera incursión en el mítico Festival de Glastonbury (Inglaterra), nos encontramos con su texto Imperios de la Mugre, en su blog de El País, el cual catalogamos como texto de opinión pues en ningún momento parece hablar desde la experiencia y los datos que aporta nos parecen extraídos de fuentes tan fiables como los test de personalidad de Cosmopolitan. Así que, como los hechos son los hechos y las opiniones son libres, le dejamos a usted con la suya y le aportamos la nuestra basada en hechos recogidos sobre el terreno, por si pudiera valerle para informarse.

¿Qué cosas se pueden hacer en un festival que no se pueden hacer en la vida diaria? Lo primero y fundamental, disfrutar de mucha música en directo y entregarse en cuerpo y alma a esta actividad durante tres o cuatro días.

Glastonbury Festival. 2013. The Pyramid. Show.
En Glastonbury, por ejemplo, hemos asistido a más de una treintena de conciertos por el módico precio de poco más de 200 libras (230€ aprox.). En la vida real se puede hacer lo mismo, pero resulta mucho más costoso en términos de tiempo y de dinero. Sabemos que usted no piensa que la motivación principal de la mayoría de los festivaleros sea la música, algo que contrasta con el hecho de que la primera pregunta que se escucha cuando un festivalero conoce a otro es: “¿qué grupo has venido a ver?”. No contamos en esa treintena actuaciones de circo, teatro callejero, performances o cualquier otro tipo de artes escénicas de las muchas que se reparten en el programa de festival, ni los cientos de Djs pinchando todo tipo de música en diferentes lugares del recinto. Porque otra de las grandezas de los grandes festivales es ofrecer en vivo o pinchados un sinfín de tipos de música diferentes: en un mismo día se puede saltar del rock al punk, del blues al hiphop, del pop al reggae, del jazz a la música balcánica y aprender mucho de todo ello. Esta actividad de zapping musical que horroriza a algunos, nos ha enseñado a apreciar las conexiones entre las diferentes formas de expresión musical y, sobre todo, a respetar a todo artista que intenta comunicar algo. En eso seguro que nos da la razón.

Glastonbury Festival. 2013. The Pyramid. The Rolling Stones. Phoenix
Pero es cierto, hay algo más que la música en sí. Algo que hace que haya festivaleros que repiten el mismo evento año tras año o ven al mismo grupo tres o cuatro veces en la misma temporada. Algo que hace que asistir al mismo programa sea diferente si se hace en un lugar o en otro. En festivales como Glastonbury existe lo que los ingleses llaman el vibe, y es un fenómeno que reúne las sensaciones, el espítiru, el ambiente, las pasiones. Es algo que no solo está en el lugar concreto, sino que ocurre dentro de uno mismo. Empieza desde el día en que uno se pone a buscar la manera de llegar a lugares tan lejanos como un rincón de la campiña inglesa o una isla en el Danubio, continúa con la experiencia de convivir y compartir cultura con miles de personas durante unos días y persiste al regresar como algo que te incita a bailar allá donde la música suene, te da una sonrisa extra en cualquier situación de la vida, posándose en la memoria como un recuerdo imborrable.

Como puede observar, aún no hemos hablado de alcohol, ni de sexo, ni de drogas, que las hay, legales, semi-legales y directamente ilegales. Esta es una parte que no tiene nada que ver con todo lo anterior. Pero por supuesto vamos a abordarla.

El consumo de alcohol en los festivales es masivo, al menos, tanto como en las fiestas de cualquier pueblo de España. En Glastonbury, hemos visto todo tipo de objeto rodante a tracción humana repleto de cajas de sidra y cerveza. Porque, sí, señor, al final, entraron los carritos aunque usted (y la norma del Festival) diga que no (son las cosas de hablar sin haber estado allí). La razón puede ser que la bebida es cara y las barras más escasas que en otros eventos de este tipo, por cuestiones de la estricta (e hipócrita) legalidad que rige en aquel país.

Glastonbury Festival. 2013
Es el único festival de Europa, que sepamos, en el que se permite la entrada de alcohol al recinto, lo que demuestra por lo menos que se confía en que la gente no va a ponerse a tirar latas de cerveza al escenario ni nada parecido, como se argumenta en otros lugares. Curiosamente, en cinco días acampados en Glastonbury, no asistimos a ninguna pelea y a nadie se le ocurrió tirar ni una lata ni un tapón al escenario. No se engañe: cuando nos restringen la entrada de bebidas en otros lugares no es tanto por razones de seguridad o de salud como por una cuestión de vendérnoslas dentro.

¿Y las drogas? Se usan de manera indiscriminada. Es decir, quien quiere las usa y quien no quiere, no. Como en cualquiera de esas discotecas donde la mona se viste de seda, muy mona ella, y se empolva la nariz cada hora sintiéndose la reina del mambo. Como en cualquier otro lado, cualquier noche.

Sobre el afán de los asistentes de "acostarse con desconocidos" opinamos que no es nada malo, no es nada raro y por supuesto no lo consideramos prueba alguna de la degeneración, ni de la junventud ni de las edades que sean. En Glastonbury, además, se preocupan de que los asistentes puedan tener relaciones de manera segura y con cabeza. Por eso hay puntos de información donde se facilitan preservativos gratuitamente para todos los festivaleros.

Glastonbury Festival. 2013. The Pyramid. Show
Dicho esto, la insinuación de que depravados jóvenes y no tan jóvenes van a festivales como Glastonbury a ponerse ciegos, follar y pasar de los conciertos, aparte de demagoga, se pega con la multitudinaria asistencia a todos y cada uno de estos. Además de las más de 100.000 personas que asistimos al concierto de los Rolling, de los Arctic o de los Mumford (por citar sólo los tres cabezas de cartel) había gente que ni siquiera fue a ver a los Rolling porque sus gustos musicales se decantaron por ver a gente como Chase&Status o Public Enemy, quienes también tuvieron gran asistencia. En todas y cada uno de las más de 60 escenas donde alguien estaba interpretando música en directo, encontramos a gente disfrutando de ello, escuchando al artista y participando de la actuación porque a fin de cuentas así se forjan los mejores conciertos. El peso no sólo recae en el artista.

Decir lo que usted dice de los festivaleros más jóvenes, es dar carnaza sin sentido a los detractores de este tipo de eventos, es hacer responsable a la música y a la libertad de los comportamientos censurables que se dan, pero para los que habría que buscar razones más profundas. Es engañar a la gente, a los padres los primeros, haciéndoles creer que si los chavales se quedan en casa o en su barrio no van a beber, no se van a drogar, o no van a follar. Y eso es directamente mentira.

Glastonbury Festival. 2013
La suciedad (no mugre), las basuras, el barro si llueve, los baños indecentes, el no ducharse en 3 o 4 días, el dormir en el suelo o casi..., eso es así y cada uno se organiza como puede. Nada criticable ni irreparable. Al llegar a casa o al hostal, te duchas y ya está. Se acabó la mugre. No nos importa mancharnos de barro de vez en cuando.

Y la suciedad del terreno puede paliarse también. Se pueden poner miles de contenedores destinados al reciclaje, miles de baños portátiles, limpiarlos a diario, recordar por activa y por pasiva que el terreno hay que cuidarlo, que se usen los baños y no el suelo. Evidentemente eso requiere de la implicación del festival, de unos costes destinados a mejorar la comodidad de la gente, a posibilitar el buen comportamiento dando las facilidades para ello, a trasmitir el cariño de la organización e involucrar a los asistentes en ese cariño. Estos costes van en contra de los beneficios económicos pero revierten directamente en el alma del festival, en su imagen y en la experiencia global del festivalero. Glastonbury hace todo esto y mucho más.

Y como dato final en cifras, Glastonbury siempre tuvo beneficios en las treinta y tantas ediciones celebradas, excepto el año 2008. ¿Esto significa que perdieron dinero? No. Para Glastonbury esto significa que "sólo" obtuvieron 1 millón de Libras de beneficio, que es lo que anualmente donan a las organizaciones benéficas con las que trabajan codo con codo y que ese año también donaron. Esto no son milongas teóricas. Sobre el dinero que repercute en los pueblos de alrededor (donde por supuesto no todo el mundo apoya al festival ni mucho menos) o en la propia Bristol, donde está el aeropuerto más cercano, no tenemos datos pero no creemos que sea despreciable.

Glastonbury Festival. 2013. Kids
Acudir a Glastonbury, 5 días contando todos los gastos, cuesta menos que comprar un sofá, la mitad que un iPad, menos que una semana de playa en Gandía. ¿Es caro? Depende, es una opción de vacaciones y ocio. Es cambiar la playa por ver a los Rolling Stones tocando en un escenario en forma de pirámide, en un recinto donde hay música en directo en decenas de sitios, hay circo, teatro, cine, contacto con miles de personas con inquietudes similares, intercambio de cultura, apertura de mente...

Un festival es como cualquier ciudad grande. En todas ellas hay mugre, drogas, alcohol y, algunos dirían, con un poco de suerte, sexo con desconocidos, y a pesar de todo no dejamos de visitarlas o de vivir en ellas. Y es cierto que en un festival también puede uno drogarse, beber hasta perder el conocimiento, aparearse hasta el alba con recién conocidos e, incluso, pasearse por el recinto disfrazado de Espinete o de los Cazafantasmas; pero para eso, querido Manrique, no hace falta pasar por vuelos a deshoras, noches durmiendo en el suelo y días expuestos al sol o a la lluvia, porque eso, amigo, es un día de verano en cualquier rincón de la costa.

Un festival como Glastonbury no se queda en la música, no sólo trata de música igual que la música no se queda en la música, no sólo es música y nunca lo fue.

Festivaleros!
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