ViñaRock, 2015, Viña, Rock, Festival, Concierto
Masivo”. Fue la primera palabra que cruzó mi mente en cuanto planté mi mochila en el polvoriento suelo de Villarrobledo. “Polvo”. Esa fue la segunda. Los coches aparcados se asemejaban a los de un escenario apocalíptico al más puro estilo ‘The Walking Dead’. Por la arena que los recubría en un principio; con las primeras horas del día, también por el elenco.

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Estábamos en el Viña. El ViñaRock. Veinte aniversario, buen año para empezar con lo que esperamos se convierta en una tradición. Parecía que cientos de miles de personas habían pensado lo mismo que nosotras, a la vista de aquel mar de plástico y chapa que era el campamento. Tiendas de campaña y autos se desparramaban en un perfecto caos allí donde alcanzaba la vista; puede que incluso más lejos. He leído más tarde que en aquella humilde villa nos reunimos más de 200.000 personas durante el fin de semana. Pues las 200.000 estábamos acampadas, de eso estoy segura.

Y de fondo: chun­chun­chun, o algo, porque aquello era un batiburrillo de sonidos estridentes. En el enclave albaceteño, no pocos carecían de pulsera ni tenían intención de comprarla. La carpa amarilla chillón del Antiviña, la rave, fiesta non­stop 24 horas para ‘viñarockeros’ y extraños, era todo lo que buscaban. Algunos la habían encontrado el martes, y del gusto no habían visto aún el momento de meterse en el saco. Estábamos a viernes.

Llegábamos un día tarde. Es lo que tiene la vida de mujer trabajadora. Irónico que tuviésemos que relegar el inicio de nuestra andanza viñarockera al día que habría de conmemorar a los de nuestra clase. No lo habíamos tenido fácil para llegar hasta allí, aquella ciudad no cuenta con las mejores conexiones del mundo. Un sol de justicia que disimulaba su fiereza tras un vendaval estaba ahí para rematar la faena. “En el Viña es tradición que llueva o haga viento”, nos dijo una chica bajo un improvisado toldo a nuestro lado. “El año pasado creo que llovió, así que...”. Tocaba soportar al vástago del huracán.

ViñaRock, 2015, Viña, Rock, Festival, ConciertoCon el pelo hecho un estropajo a los 45 minutos de llegar y la bebida aderezada con arenilla, nos mezclamos rápidamente en el ambiente. Por la noche todos los gatos son pardos, todo el monte es orégano y en el camping del Viña todo vecino es susceptible de ser tu amigo. En el rato en el que levantamos nuestra modesta tiendita azul ya nos habían ofrecido asiento, comida caliente, vino y otras sustancias. Estas últimas, las rechazamos educadamente, aunque la oferta se mantuvo durante todo el fin de semana­.

Como decía, el sol pega fuerte en el Viña. Nosotras, en un arrebato de amor propio ­gustamos de estar en nuestras pieles, no de perderlas­, optamos por esperar hasta el final de la tarde para acudir al recinto. Fue un intento fútil, por cierto. El Viña, esa pesadilla para los demartólogos de este país. Y, aunque la localidad cuenta con un maravilloso parquecito de verdes campas y supermercado cercano donde reponer la fuerzas perdidas bajo el escenario, tumbarse allí sin mayor protección que la esperanza de no quemarse no sirve de nada. Lo puede atestiguar el 99% de los asistentes que lucían un acusado tono bermellón, unos más doloroso que otros. Si al menos corriera la cerveza al mismo ritmo que la crema solar...

Durante los dos días que allí pasamos, en ninguna ocasión nos apresuramos por arrancar con la tanda de conciertos. El cartel no nos volvía tan locas como otros años; aunque fuimos con la sensación de que acudían los mismos de siempre, al examinar los horarios más de cerca se nos quedaba cierto regusto amargo. Los que estaban eran muchos, pero faltaban muchos de los que debieron estar. Faltaba un no sé qué que qué sé yo, pero algo faltaba.

ViñaRock, 2015, Viña, Rock, Festival, Concierto, Los Suaves
El Viña es uno de esos festivales rockeros que aún lucha por conservar su quintaesencia. Lo consigue solo en parte, a medio camino entre mantenerse fiel a sus inicios y captar a un público mayoritario cada vez más aficionado a estas fiestas de la música. De una forma u otra, enmarcándose en uno u otro estilo, los escenarios de Albacete cumplieron con nota. El Reno Renardo menearon cabezas y arrancaron risas a partes iguales, O’funkillo desprendió ‘flow’ al tiempo que mostraba ‘loh cuennoh’, Narco sacudió como nadie al personal, Sôber y Warcry nos hicieron retroceder en el tiempo y La Pulquería y La Raíz se repartieron el fiestón del fin de semana. Reincidentes no molaron tanto como debieran y Los Suaves regalaron una penosa despedida.

A pesar de todo, ViñaRock mola. Esa fue a la conclusión que a la que pude llegar el domingo bajo los templados chorros de la primera ducha del fin de semana. A las usuarias les diría que los enseres desechables para la higiene personal deben ir a la papelera, no al suelo, pero esa es otra historia que debe ser contada en otra ocasión­. Aquellos segundos en los que mi mente dejaba hueco para otra cosa que no fuera “por dios, cómo se le da al agua caliente”, concluí que había sido una gran experiencia.

Una cita cambiante, que se adapta, pero que sigue conservando el ideal festivalero de antaño. Sin flores en el pelo ni cazadoras de flecos que ilustrar en Instagram. Un festival que lucha por mantener su actitud dura pero que deja espacio para las trompetas y el confeti. Puede que la combinación perfecta si se sabe escoger bien los ingredientes. Nos guardamos la receta para el año que viene. Porque los viejos rockeros nunca mueren. Y el Viña se aplica el cuento.

Lo mejor: ­
  • - El ambiente. 
  • - Quien no hace amigos, es porque no quiere. ­ 
  • - El parque que días después he venido a identificar como el Parque de Nuestra Señora de la Caridad. Ideal para dormir la mona a la sombra de los árboles.

Lo peor:
  • - El nivel general del cartel, más tratándose del XX aniversario. Es tan amplio quedarás con alguno que te guste, pero es que otros años no daban abasto. ­ 
  • - Que aún queda un año para el siguiente.

Ergo


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