Si apagas todos los amplificadores, retiras los instrumentos y haces que los micrófonos desaparezcan, no consigues apagar por completo el BIME. Este festival de otoño y bajo techo, ofrece mucho más que música. Todo gira a su alrededor, pero eso no significa que suene constantemente.

Desde su debut, hace cinco años, el festival vizcaíno ha sido un lugar de encuentro entre profesionales, un intercambio de ideas, un sitio en el que tratar de ir más allá. Y una vez más, la esencia se mantuvo. A las conferencias, encuentros y talleres de los primeros días hubo que sumarles esta edición un buen puñado de conciertos gratuitos y en plena calle. Todo un acierto.

Pero entremos de una vez en el recinto de conciertos, y dejemos a un lado los primeros días en los que la teoría tiene más peso que la práctica. Al celebrarse en una feria de muestras, un gran complejo de pabellones, contamos con el punto a favor de que la lluvia y el frío no serán un problema. O al menos a priori. Faltaba gente o sobraba espacio, y en ocasiones, especialmente el viernes, el recinto estuvo un poco desangelado. La zona es muy amplia y ofrece muchas posibilidades, por lo que nos quedamos con ganas de ver un poco más de ambiente. Y ya no solo con festivaleros -que sí que se hicieron notar el sábado con Franz Ferdinand y The Prodigy- sino con puestos de merchandising, más barras, más zonas de recarga de pulseras o más presencia de marcas. Había demasiados huecos.

Al espacio al que le tenemos que poner una muy buena nota un año más es al Antzerkia. Este escenario nos brinda la oportunidad de disfrutar con más tranquilidad, sentados e incluso cenando a gusto. Es una forma más pausada de disfrutar de un festival. Y si prefieres dar saltos en primera fila, también tienes la oportunidad de hacerlo, porque las gradas no están justamente al lado de las tablas.

Probablemente el BIME tenga los mejores baños que haya en un festival de España. Sin los del propio BEC, un espacio destinado a acoger grandes ferias y eventos a los que acuden varios miles de personas. Limpios, cómodos y abundantes. Lo que no nos convenció tanto fue la zona de restauración. Aunque tenía en cuenta a vegetarianos y veganos y ofrecía también la posibilidad de que los celíacos pudiesen tomarse una buena cena, los precios eran elevados. En los momentos de mayor afluencia las colas se hacían especialmente largas y la oferta gastronómica se quedaba un poco escasa. Echamos en falta algo más food trucks, aunque también es cierto que había una gran variedad.



Ya hemos comentado en alguna ocasión que el BIME es el ‘hermano pequeño’ del BBK Live, el buque insignia de Last Tour. Pues bien, teniendo esto en cuenta, a menudo aprovechan para testar mejoras y comprobar si podrán llevarlas a cabo en verano en Kobetamendi ante un público masivo. La pulsera con chip para pagar ha convivido con el BIME desde su creación; aunque entonces también se admitía dinero en efectivo. Este ha sido el primer año en el que el BBK ha instaurado este método de pago y comprobamos que algunos de los fallos que tuvo allí se mejoraron esta vez. Si en Kobetamendi el importe que te quedaba en la pulsera era menor a dos euros, no te lo devolvían, y cobraban además un euro de comisión. El dinero, de hecho, lo recuperabas pasados unos días. Esta vez, ni comisión, ni mínimo ni esperas. Bastaba con acercarse al mostrador y pedir que te diesen los euros que no te habías gastado. Al instante.

Esperamos este detalle en el próximo BBK Live, para el que por cierto, se pudieron comprar bonos por 85 euros. Volaron. En 72 horas se vendieron 10.000 entradas para los tres días, muchos de ellos, en el propio festival. También estaba la posibilidad de volver a casa con una camiseta de The Prodigy y un bono para el BIME por 48 euros para quienes se quedaran con ganas de más. A todos ellos, los veremos en la sexta edición.

Oihana

★ Aquí puedes leer nuestra crónica sobre la música de BIME 2017
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