Llevar lo que ya haces bien a otro nivel. Esa frase, que podría estar sacada de un manual de motivación o impresa en una taza muy cool, es tan fácil de decir como complicado de realizar. Da la impresión de que El Drogas lo consigue a cada paso que da.
Enrique Villareal, El Drogas, no dejará de sorprendernos durante toda su carrera que, especialmente en los últimos años, ha sido un continuo reinventarse para más gloria de su música y sus canciones.

Ya sabíamos que era un gran compositor y que su voz es una de las más potentes del rock español en cuanto a personalidad y conexión con el público. Y sabíamos que sus lugartenientes rockeros que le acompañan en los últimos tiempos le vienen como anillo al dedo y le ofrecen un soporte para andar a sus anchas por el escenario, y en ocasiones como en esta más allá de él.

Pero el espectáculo que vimos en el Teatro Nuevo Alcalá de Madrid llevó todo eso a otro nivel. La banda creció en número tomando un sabor americano indudable. Los vientos, saxo y trompeta, los coros de dos voces femeninas estratosféricas, y los teclados, ofrecen un remate perfecto de groove a la base rock por excelencia. El resultado es un conjunto que apacigua los ritmos más cortantes del rock para fluir sobre el escenario con un sonido perfectamente compacto.

Aunque suene raro, me sorprendió gratamente que incluso se permiten el lujo de no abusar de grandes éxitos de Barricada o Txarrena. Sí sonaron 'Animal Caliente' o 'No sé qué hacer contigo' (en la que Enrique buscó al Rulo entre las butacas para ofrecerle el micrófono), pero el repertorio estuvo basado sobre todo en canciones de El Drogas en solitario, se podría decir que versionadas o adaptadas a la banda, como 'Demasiado tonto en la corteza' o la emotiva 'Cordones de mimbre'. Y bueno, en la parte final, una versión extraña pero efectiva del 'Héroes' de Bowie que puso al teatro en pie al completo para corear.

En total más de dos horas de música en estado puro. De música y de estar "a gusto", palabras repetidas casi tras cada canción por Enrique y confirmadas por las sonrisas continuas del resto de la banda. Fue un placer comprobar que se puede hacer eso sin caer en parafernalias artificiales como vemos a veces en algunos estadios. Aquí la protagonista es la música y las canciones, aunque dicho eso sigue siendo difícil no caer atrapado por el magnetismo de El Drogas.

Tampoco faltaron palabras de elogio a la movilización del 8M en defensa de la mujer y la igualdad, o comentarios sarcásticos sobre tener que callarse y abandonar los monólogos para no "acabar en chirona".

El formato teatro se hace algo raro para el público, por el tema de las butacas, pero enseguida pasa a un segundo plano. Los rockeros van y vienen de los pasillos exteriores con cervezas en la mano, tienen cuidado de no manchar mucho y se amoldan a la situación. Al Drogas le ofrece la posibilidad de bajar a cantar a la platea, de juntarse todavía más con la gente y de compartir su energía.

Después de las casi dos horas y media, remataron la jugada agarrando el bombo de la batería y los vientos para salir a la fría noche de Madrid y poner algo de calor y ruido a la tradicional sobriedad del barrio de Salamanca. Un final perfecto para una noche mágica que quedará en el recuerdo durante mucho tiempo, y una nueva lección magistral de El Drogas.

kboy

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