Iboga 2018


Las batucadas todavía resuenan en el aire y en la cabeza varios días después del final del festival. Eso es lo que ocurre entre concierto y concierto en Iboga Summer Festival. Batucadas. Tambores en la noche.

Bueno eso y un montón de cosas más. Hay dos chicos haciendo malabares con cariocas de luz, uno es muy bueno y le da consejos al otro. Hay dos chicas haciendo equilibrios una tumbada sobre los pies de la otra. Alguien intenta hacer el pino sobre la hierba. Un grupo compite para ver quién es capaz de gritar durante más tiempo sin tomar aire. O se persiguen entre la gente jugando a un loco "tú la llevas". Hay quien salta a la comba y hay quienes simplemente se sientan "a la sombra" y charlan. Toda una enciclopedia del 'do it yourself', espíritu mismo de Iboga.

El punto en común de todos: la sonrisa Iboga. Alguno dirá: 'la sonrisa de cualquier festival'. Pero no, Iboga es diferente, un lugar especial, un mundo salvaje y libre que parece al margen de lo de fuera.

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Lo llaman un "teatro mágico sólo para locos". Eso reza el cartel al entrar. Allí donde la música enloquece. Un sitio en el que la tarde se convierte en noche eclipsada y la noche da paso al día, sin que la música deje de sonar.

De todo ello se encarga una organización que está claro que se preocupa por mejorar año a año en su afán de que el visitante esté cada vez más cómodo. Se puede decir que en Iboga se preocupan más por el público que por ninguna otra cosa. Zona de comida de calidad y sitio para sentarse, mejora contínua de la acampada, pago mediante chip, mejora en los accesos, pocas o ninguna cola para pedir, vasos reciclados que alquilas, de los que si quieres te los llevas y si quieres los devuelves. Nota para otros festivales: se puede hacer, no hay problema.

Como siempre, nada es perfecto. Los baños este año no han dado la talla, al principio del tercer día muchos estaban inutilizados ya. Y la nueva ubicación de la acampada no ha gustado a todo el mundo. Por otra parte, la idea de reservar un espacio como Iboga Kids para los peques y sus familias siempre hay que aplaudirla.

Iboga 2018


En Iboga hay hierba natural (no la moqueta de moda) plantada para la ocasión en el recinto de conciertos. Es una pasada poder andar descalzo mientras escuchas a Julian Marley o Fatoumata Diawara. A ciertas horas de la noche ya tienes que tener cuidado, claro. Durante horas han estado cayendo al suelo muchas "cosas", pero aun así parte de la gente tampoco considera imprescindible llevar zapatillas. Ni camiseta. A veces ni pantalones. Puede que la potente luna llena también hiciera su papel en algunas cabecitas.

Eso sí, pocas de las cosas que caen al suelo son vasos o recipientes de comida o cualquier tipo de basura. Porque hay muchas papeleras, incluso separadas para reciclaje y muchos contenedores. Y además en Iboga la mayoría de la gente tiene esas cosas en cuenta.

Musicalmente este año ha tenido pros y contras. Por un lado la calidad es indiscutible. Las bandas principales han sido una barbaridad. Muy buenas. Pero claro, no cualquier tipo de música pega a cualquier hora y quizá hemos echado en falta algo de "punch" en los momentos clave. Y algo más de música enloquecida. Hubo momentos casi rave a las 8 de la tarde y luego momentos muy tranquilos a las 11 o 12 de la noche. Club des Belugas el jueves, por ejemplo, elegantes y sofisticados, pero en hora punta nos dejaron algo fríos. Algo parecido ocurrió el viernes con Kitty, Daisy y Lewis. Los tres jóvenes hermanos multi-instrumentistas que dominan el country, el rockabilly, el soul, lo que les eches. Unos pequeños genios a los que quizá les falta ese algo más, indefinible.

The Skatalites tuvieron algún problema para llegar a su hora y los horarios del sábado se vieron alterados. Y las 3 de la mañana pues tampoco parecen hora para un ska tan clásico y pausado.

Tenía muchas ganas de ver a Fatoumata Diawara. La costamarfileña te conquista nada más mirarte con esos ojillos pequeños y esa sonrisa que no le cabe en la cara. Te conecta con África, tanto por la música, la voz y los ritmos que te llevan más allá del gran desierto, como por la manera de hablar y de explicar las cosas. Reivindicar de una manera muy africana. En un continente lleno de estereotipos, el mensaje de los que pueden acceder a un micro parece tener un enfoque siempre parecido: hay que conocer África, hay mucho arte, mucho talento, pasan muchas cosas malas pero también muchas cosas buenas, se va avanzando poco a poco y quizá la música sea uno de los vehículos clave.

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Y Julian Marley, el más Bob de los Marley actuales, heredero musical de su padre, empezó muy bien, muy reggae, con mucho flow que se contagiaba pero se fue diluyendo hasta que desapareció, literalmente, a los 45-50 minutos de un concierto en frasco pequeño.

Por otra parte, los digamos secundarios mantuvieron los ánimos arriba. Por un lado descubrimos y destacamos a The Correspondents. Un DJ y un Mc que rapea, canta, baila, danza y se gana al público de la manera más natural. Una fuerza de la naturaleza metida en un cuerpo de un casi arácnido dibujo animado. Otros que se ganaron a la gente en el abarrotado recinto fueron Soviet Supreme con su mezcla de música balkan, rusa, electrónica y la puesta en escena que tendrían Defcondos si fueran franceses y bolcheviques. Y uno de los mejores conciertos del festival fue el de unos Eskorzo que lo tienen todo para petarlo, ritmo, letras, actitud, bailoteo, mezcla y puesta en escena. Acabar tocando los vientos y cantando encima del público siempre es un gran final para un gran concierto.

Está claro que Russkaja y la Trocamba Matanusca tienen al público en el bolsillo, son conocidos y queridos. Nunca fallan. Balkan Bomba (con antiguos integrantes de Fatty Farmers) también parecían una apuesta segura en cuanto a fiesta y buen rollo, aunque nos pareció que deben refinar un tanto la propuesta porque sonó todo un bastante embarullado.

Para actitud, la de unos Lucky Chops, que el sábado - ya domingo - después de los referidos retrasos empezaron su concierto a las 7am. Sin saber muy bien si era por la mañana o por la tarde, el sol de justicia fue colocando gafas oscuras en cada cara que tocaba y los de New York iban desgranando temas instrumentales con sus cinco vientos flipando ellos mismos con la gente que había, las montañas, el amanecer y la luna que aún rondaba por el cielo.

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También hubo momentos para que el ritmo se pusiera duro, los balkan-beats de Caravan Disco, el drum'n'bass de la Phaze, el jungle desbarrado de General Levy, el gitaneo de La Caravane Passe, La Petite Fumeé que hacen honor a su nombre mezclando guitarra española con didjeridoos y electrónica, muy locos y originales estos franceses; Taiwan MC sobre los ritmos elegantes de Chinese Man, o el balkan puro, pinchado y sin cortar de Hapu & Soj.

Iboga 2018El final de la crónica no puede terminar en otro sitio que donde terminan las noches y empiezan los días de Iboga. La Carpa. Ese lugar surgido de una ensoñación al amanecer, sol y sombra para seguir bailando, para seguir charrando, para no parar. Una prueba de resistencia para locos, acelerados o pausados, siempre riendo. Los DJs no han sido nada del otro mundo, hemos echado de menos a María Türme. Pero la carpa tiene vida propia al margen. Allí puede pasar que alguien se esté duchando con el agua que sale de la trompa de un elefante. Las pistolas de agua afloran. Puede ocurrir que dos cuerdas sean lo único necesario para fabricar un columpio volador, al que ya sea de pie o sobre una silla, se van subiendo locos voladores, que bailan mirando al cielo o a ninguna parte. O puede ocurrir que, aún hoy, alguien siga durmiendo sobre la hierba de una parcela en Tavernes, mientras la carpa se haya desvanecido hasta el año que viene.

Carpa Diem, que nos quiten lo bailao. Un abrazo, gentes de Iboga. Oooopa!

kboy



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