No es nuestra primera vez en esta isla y, aunque echamos de menos esas sensaciones del primer aterrizaje en Obuda Island, es un placer ser veterano en Sziget Festival. Con el tiempo ya vamos reconociendo y somos reconocidos por unos cuantos szitizens de otros años y nos movemos por esta república como festivalero por su casa. Sin embargo, hemos encontrado la forma de revivir esas primeras impresiones del que descubre Obuda Island: no hay más que fijarse en los rostros de los nuevos sziudadanos. Tienen la mirada iluminada y viva de quien quiere registrar hasta él último detalle para que quede grabado a fuego en la retina y una sonrisa que encierra la sorpresa, la felicidad y la alegría en su estado más puro.
Aquí uno descubre que la libertad lleva de la mano lo creativo, lo espontáneo, lo solidario. En esta isla, las nacionalidades se entremezclan tanto como los diferentes estilos musicales, como un gigantesco caleidoscopio del que cada individuo forma parte. Cada festivalero que llega hasta aquí aporta un matiz más a lo que está ocurriendo y, al mismo tiempo, todo lo que ocurre, le transforma en su propio interior. Es algo que no falla, todos os lo dirán: hay un antes y un después de Sziget.
Stephanie, una experimentada festivalera belga que ha hecho festivales por medio mundo nos afirmaba que nunca había estado en un lugar parecido. Nick, un holandés náufrago de un mañaneo al que recogimos en el Nostromo, intentaba explicarnos con su estilo Monty Python cómo sus defensas habían desaparecido a los pocos minutos de estar en la isla y había comprendido que solo podía entregarse al flujo de energía de Obuda Island. Unos hablan de cómo el tiempo se contrae y se dilata por la apabullante cantidad de vivencias al día, otros aseguran que Sziget es una experiencia que les ha hecho reflexionar sobre sus vidas y tomar decisiones que no hubieran tomado de otro modo. Algunos, como el italiano Ricky, ni siquiera son capaces de describirlo porque la pregunta les provoca una risa incontenible. Magdalena, una intrépida festivalera polaca, aún después de haber pasado tres días en la isla, se seguía preguntando cómo es posible que esto exista y por qué precisamente en este lugar: ¿por qué en Budapest? ¿por qué en esta isla? Cuando lo decía ya tenía la sonrisa. Todos ellos la tenían.
Cuando estás aquí no hay más remedio... Sonríe, estás en Sziget!!
Dr. J
Aquí uno descubre que la libertad lleva de la mano lo creativo, lo espontáneo, lo solidario. En esta isla, las nacionalidades se entremezclan tanto como los diferentes estilos musicales, como un gigantesco caleidoscopio del que cada individuo forma parte. Cada festivalero que llega hasta aquí aporta un matiz más a lo que está ocurriendo y, al mismo tiempo, todo lo que ocurre, le transforma en su propio interior. Es algo que no falla, todos os lo dirán: hay un antes y un después de Sziget.
Stephanie, una experimentada festivalera belga que ha hecho festivales por medio mundo nos afirmaba que nunca había estado en un lugar parecido. Nick, un holandés náufrago de un mañaneo al que recogimos en el Nostromo, intentaba explicarnos con su estilo Monty Python cómo sus defensas habían desaparecido a los pocos minutos de estar en la isla y había comprendido que solo podía entregarse al flujo de energía de Obuda Island. Unos hablan de cómo el tiempo se contrae y se dilata por la apabullante cantidad de vivencias al día, otros aseguran que Sziget es una experiencia que les ha hecho reflexionar sobre sus vidas y tomar decisiones que no hubieran tomado de otro modo. Algunos, como el italiano Ricky, ni siquiera son capaces de describirlo porque la pregunta les provoca una risa incontenible. Magdalena, una intrépida festivalera polaca, aún después de haber pasado tres días en la isla, se seguía preguntando cómo es posible que esto exista y por qué precisamente en este lugar: ¿por qué en Budapest? ¿por qué en esta isla? Cuando lo decía ya tenía la sonrisa. Todos ellos la tenían.
Cuando estás aquí no hay más remedio... Sonríe, estás en Sziget!!
Dr. J
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