Es uno de los grupos con los que hemos crecido y, sin embargo, la primera vez que pude ver a SKA-P en directo fue en el Festival Papillons de Nuit, en Normandía, durante su edición de 2009. Como llevaba ya algún tiempo fuera de España, sumido en esa desorientación de náufrago que tiene a veces uno en el exilio, tardé unos días en convencerme de que el grupo no solo estaba refundado sino que, además, era una de las bandas más apreciadas en este lado de los Pirineos. Algunos de mis amigos, los mismos que me habían asegurado tantas veces que el único grupo español conocido en Francia era Mecano, se confesaban ahora seguidores incondicionales de SKA-P desde tiempos prerromanos... "No me iréis a decir que son franceses... que nos conocemos." No, a tanto no llegaron, pero pude comprender que SKA-P es uno de esos grupos en los que la identidad es tan marcada que eclipsa totalmente el origen e, incluso, la lengua en la que se expresan.
Unos días después, Pulpul y sus colegas hicieron las delicias de una multitud de normandos en un prado en el que no cabía más gente. Tanta gente había y tan apretada, que los que allí estuvimos sabemos, desde aquel día, hacer pogos en una baldosa. Sin embargo, lo más impresionante fue ver a todo aquel personal coreando Legaliza, legaliza legalización con un acento muy gracioso, pero también con un fervor que yo no había visto ni en el garito de la Aldapa en plenos Sanfermines. Los SKA-P lo dieron todo, literalmente, hasta uno de ellos casi se deja la rodilla, o eso dicen. No satisfechos con la experiencia, unos meses después los volvimos a ver en el desaparecido Narbonne Rockfest, donde también la liaron como correspondía y se repitió la escena del coro enfervorecido de sus temas bandera. Al volver a España se me quitó el complejo de naufrago exiliado cuando, al contar todo esto, más de uno con el que había cerrado bares años antes a ritmo del vals del obrero, me respondió: ¿¡Pero SKA-P sigue existiendo!?
Desde entonces me he vuelto a encontrar con los de Vallecas en otras dos ocasiones, ambas en Sziget Festival, y, además de pasármelo como un enano, he podido volver a constatar el enorme tirón que tienen fuera de nuestras fronteras. En cambio, en nuestro país, pasados los primeros años de grandes éxitos, parece que han quedado como un grupo minoritario, con un público fiel nutrido de ideólogos utopistas y nostálgicos de sus primeros álbumes. Y eso, precisamente, es lo que he dado en llamar, la paradoja de SKA-P.
Paradoja, porque es difícil explicar cómo una banda que usa la música como vehículo ideológico y que no ha cambiado su discurso ha perdido la conexión con la gente cuyos intereses pretende defender. Paradoja, porque el éxito en el extranjero es el resultado de nociones bastante vagas sobre el significado de sus letras y una fama bien merecida de banda de directo explosivo y fiesta asegurada. Y para acabar de no aclararse, nada como escuchar la visión del público. Los más acérrimos seguidores del grupo os dirán que todo es porque están censurados en España; otros, sentenciarán al final de un concierto que lo que dicen está muy bien pero que estaría mejor verlos encabezando manifestaciones; algunos, incluso, se palparán los moratones del pogo, mientras acusan al grupo, bajito y entre dientes, de tirar piedras contra todo y luego esconder la mano.
Supongo que esto son de esas cosas que tienen estos tiempos difíciles. Es cierto que nos gustaría que nuestros artistas encabezaran movidas como aquella de los Têtes Raides y el K.O. social en el Paris de 2002, pero también entendemos que nadie puede ser obligado a liderar un cambio radical que a la mayoría le parece necesario pero que, en el fondo, muchos no apoyarían ni desde el mando a distancia de su pantalla plana. Lo importante, tal vez, es seguir tirando piedras y el que esté libre de pecado, pues mejor para él.
Dr. J
Unos días después, Pulpul y sus colegas hicieron las delicias de una multitud de normandos en un prado en el que no cabía más gente. Tanta gente había y tan apretada, que los que allí estuvimos sabemos, desde aquel día, hacer pogos en una baldosa. Sin embargo, lo más impresionante fue ver a todo aquel personal coreando Legaliza, legaliza legalización con un acento muy gracioso, pero también con un fervor que yo no había visto ni en el garito de la Aldapa en plenos Sanfermines. Los SKA-P lo dieron todo, literalmente, hasta uno de ellos casi se deja la rodilla, o eso dicen. No satisfechos con la experiencia, unos meses después los volvimos a ver en el desaparecido Narbonne Rockfest, donde también la liaron como correspondía y se repitió la escena del coro enfervorecido de sus temas bandera. Al volver a España se me quitó el complejo de naufrago exiliado cuando, al contar todo esto, más de uno con el que había cerrado bares años antes a ritmo del vals del obrero, me respondió: ¿¡Pero SKA-P sigue existiendo!?
Desde entonces me he vuelto a encontrar con los de Vallecas en otras dos ocasiones, ambas en Sziget Festival, y, además de pasármelo como un enano, he podido volver a constatar el enorme tirón que tienen fuera de nuestras fronteras. En cambio, en nuestro país, pasados los primeros años de grandes éxitos, parece que han quedado como un grupo minoritario, con un público fiel nutrido de ideólogos utopistas y nostálgicos de sus primeros álbumes. Y eso, precisamente, es lo que he dado en llamar, la paradoja de SKA-P.
Paradoja, porque es difícil explicar cómo una banda que usa la música como vehículo ideológico y que no ha cambiado su discurso ha perdido la conexión con la gente cuyos intereses pretende defender. Paradoja, porque el éxito en el extranjero es el resultado de nociones bastante vagas sobre el significado de sus letras y una fama bien merecida de banda de directo explosivo y fiesta asegurada. Y para acabar de no aclararse, nada como escuchar la visión del público. Los más acérrimos seguidores del grupo os dirán que todo es porque están censurados en España; otros, sentenciarán al final de un concierto que lo que dicen está muy bien pero que estaría mejor verlos encabezando manifestaciones; algunos, incluso, se palparán los moratones del pogo, mientras acusan al grupo, bajito y entre dientes, de tirar piedras contra todo y luego esconder la mano.
Supongo que esto son de esas cosas que tienen estos tiempos difíciles. Es cierto que nos gustaría que nuestros artistas encabezaran movidas como aquella de los Têtes Raides y el K.O. social en el Paris de 2002, pero también entendemos que nadie puede ser obligado a liderar un cambio radical que a la mayoría le parece necesario pero que, en el fondo, muchos no apoyarían ni desde el mando a distancia de su pantalla plana. Lo importante, tal vez, es seguir tirando piedras y el que esté libre de pecado, pues mejor para él.
Dr. J
Totalmente de acuerdo! y que no estén en frente de las manifestaciones, vale que siempre se puede hacer más pero ¿no os parece que ya es grande lo hacen? su mejor arma es la música y siguen y siguen incansablemente dejando su mensaje claro, con su cresta punk pero con más cultura que muchos con corbata y carrera que saben que existe Milán por el equipo de fútbol. Pues bien,quien piense que Ska-p no da la talla primero que consiga llegar a la consciencia de tanta gente como ellos (me incluyo, porque escucharlos junto a otros grupos fue la mejor medicina para encontrar alternativa a las tendencias Spice girls y Backstreet boys), y después, si de verdad han conseguido mover a tantas masa como ellos, que vengan a criticarlos. Si con la edad te aburriste de batallar y prefieres estar en tu sillón, no culpes a otros para escusar tu comodidad.
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