El Viñarock suele empezar bastante antes de coger el coche camino de Villarrobledo. Comienza cuando el cartel va cogiendo forma, cuando hablas con los colegas y te van metiendo el gusanillo para ir, cuando vas a coger la tortuga que has pedido prestada para acampar, cuando sales del curro esa mañana de final de abril y principio de puente y vas directo al super a por un extra de gasolina para esos cuatro días.
El Viñarock empieza cuando el coche está a punto de reventar porque ya no entra nada más y entonces aparece una caja de fresas que tras muchos malabarismos consigues colocar entre un saco, la nevera y el sombrero festivalero. El Viñarock empieza con el primer concierto, el que suena en el coche mientras intentas escapar del atasco.
Y sobre todo, el Viñarock empieza cuando te para la primera patrulla de la Guardia Civil y te hace vaciar los bolsillos a pesar de que le jures y le perjures, al más puro estilo Delinqüente, que no llevamos ná. Con la bendición de la Benemérita y la advertencia de que: "ya se sabe, hay mucho guardia ... ... por ahí", aparece ante nosotros ese campo de setas de campaña. Y aunque parece un milagro, al final, consigues buscar tu sitio, hacerte tu plaza y montar la tienda mientras una ola imaginaria recorre el campamento festivalero con cada gol rojiblanco. La primera cerve del Viñarock es la que mejor sabe, la que sacas del bolsillo todavía fría y te tomas una vez montadas las tiendas. Después, hay que dejarse llevar por la voz de la experiencia, escuchar a los veteranos y empezar a disfrutar de los conciertos.
Cuando terminan los conciertos y milagrosamente te encuentras con la gente con la que habías quedado. Lo siguiente es subir hasta el submundo de las raves. Un universo paralelo al Viñarock en el que la música no para, la cerveza siempre está fría y la gente se mueve en busca del amanecer. La primera noche ya amanece y a pesar de no encontrar al Festivalero Errante, te metes en la tienda sabiendo que ese sexto sentido lo va a guiar hasta ti.
Las mañanas del Viña son eso que sucede entre que haces cola para... lo que sea, y te tomas la primera cerveza. A partir de ahí, todo fluye. El buen rollo es la nota común. La gente se ríe contigo, hace bromas contigo, da igual que no te conozcan, se trata de pasarlo bien, de reirte, de brindar con el de al lado, de levantarte y escuchar historias de lo más surrealistas de tus vecinas las murcianas, sí, sí, esas a las que su padre ha traído hasta el festi y las viene a buscar el último día. De levantarte el segundo día después de soñar con un bocadillo de jamón y queso y preparártelo a pie de tienda. De decir en alto mientras te lo comes que "sería perfecto tener una cerveza ahora" y... Dicho y hecho. Y sentirte entonces el tío más feliz de todo el campamento. Y todo eso mientras los conciertos no paran de sonar.
Y aunque también tiene sus cosas menos buenas, como las colas, la falta de sitios para lavarse y asearse, el negocio en el que se convierte casi cualquier cosa (y qué negocio, algunos chalets reciben durante todo el Festival a unas mil personas en sus baños, a cinco pavos por ducha... Multiplicad), al final lo que cuenta son los buenos momentos, las grandes canciones, la música que no te cansas de escuchar y ese espíritu que sientes durante los cuatro días.
Dicen los veteranos que superar un Viñarock es licenciarse en esto de ser un Festivalero! Pero la verdad, es que ahora que lo recuerdas, no parece para tanto. Así que..., el año que viene habrá que repetir. Eso sí, para el año que viene..., ¿nos alquilamos una casa, no?
Continuará...
J&B
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