Las expectativas para la vuelta eran altas, y más cuando 15 días antes del concierto HFMN confirmaba que había hecho sold out en la Wurli y cambiaba a la sala Nazca. Primer reto conseguido. Ampliar y tocar en una sala mayor que la vez previa. Teníamos nuestras dudas con el cambio de sala, ya que es una sala mucho más grande y dudábamos si los Teenage Bottlerocket tendrían tanto tirón como para conseguir llenarla. Pues no se llenó, pero hubo una muy buena entrada.
Para abrir la velada, estaban Cero Fün. No los conocíamos, así que quisimos verlos para poder ver lo que mostraban. En cuanto les ves, las cuatro letras de punk se te aparecen ante tus ojos, ves la actitud despreocupada encima del escenario, y lo primero que se me vino a la cabeza fue: son los hijos de Eskorbuto. Evidentemente estoy exagerando, pero son claros deudores de ese punk crudo y descarado de los de Santurce, así como de Piperrak o los más recientes Radiocrimen. Actitud y desparpajo les sobra, en lo musical les queda camino por recorrer.
Tras el revival de punk añejo, tocaba volver al sonido americano. Con una sala con más de tres cuartos llena, saltaban a escena el combo Bottlerocket. Primera canción y primer pogo. Sus ritmos acelerados y pegadizos enseguida comenzaban a hacer estragos. Gente rebotada del pogo chocaba contra los monitores, otros surcaban los aires sobre las cabezas de los asistentes y Ray movía la suya de arriba a abajo todo lo rápido que podía. Movimiento en estado puro. Durante su actuación quisieron hacer un break para felicitar a Kody, que ese mismo día celebraba su cumpleaños. Hecho que dio pie para que toda la sala coreara el cumpleaños feliz. Pasadas las celebraciones los americanos siguieron a lo suyo: guitarreo, headbang, algún que otro salto y cero parafernalia, por no haber no había más que un triste pedal de guitarra en todo el escenario. No necesitan más.
La química con el público era patente, y la banda quiso agradecer lo bien que son tratados cada vez que nos visitan, dando las gracias por seguir soportándolos. La anécdota de la noche fue cuando en mitad de una canción, uno de los platos del batería se quedó cruzado y bloqueado, así que ni corto ni perezoso, un espontáneo se subió al escenario, le aflojó el plato y lo devolvió a su estado natural. Aprovechando su paso por el escenario, pensó que sería un buen momento para, tras terminar con su cometido, lanzarse sobre el público siendo engullido por la multitud.
En resumen, un buen concierto de otros hijos bastardos de los ramones, que prometieron volver al año que viene para seguir ofreciendo su sesión de veintitantas canciones y hora y media de guitarrazos a sus parroquianos.
Con esa actitud y con esas ganas de agradar que tienen, esperamos volverles a ver por aquí más pronto que tarde. It's time to skate or die!
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