Érase una vez un lugar en mitad de la campiña francesa del Gers en el que año tras año florece un poblado de locos anacrónicos alejados de las modas y de la modernidad, alejados de las músicas, maneras y formas de la vida urbana y sedentaria, más preocupados de tener el tiempo en sus manos que de mirar la hora, de bailar que de correr, de escuchar y hacer el camino paso a paso que de teorizar y quejarse...
Para llegar allá hay que seguir las señales, y una vez allí el tiempo se va ralentizando poco a poco, ves que el aspecto de la gente va cambiando, un sombrero de ala corta, una falda con flecos, plumas en los collares, flores en el pelo, un abrigo de 1930... notas cómo el viento cambia, soplan aires des balkans, aires romanís.
Allí nos encontramos con todo tipo de personajes que establecen su residencia durante los 3 días plus que dura el evento que nos reúne a todos (algunos con eso de tener el tiempo parecen llevar allí media vida). Puedes encontrar maneras de vivir de todo tipo, pequeñas cabañas prefabricadas en lo alto de remolques, auténticos autobuses reconvertidos artesanalmente en vivienda, coches ranchera destartalados que ahora llamamos vintage y que hace 50 años ya recorrían los caminos y eran de lo más puntero, camiones que dieron un nuevo rumbo a su vida y en algún momento dejaron de ser bomberos para convertirse en vivienda y se ampliaron con un bonito porche de madera del que brotan plantas y enredaderas añadido a la parte de atrás; por supuesto carromatos tirados por caballos, tiendas de campaña de todo tipo y alguna que otra perla negra.
Antes de llegar ya quise quedarme, que decía la canción. Bienvenidos a Tziganie.
El Festival
En el lugar donde ocurre la magia, hay una parte fuera del recinto del festival y otra parte en una plaza de toros reconvertida en foso de música y armonía en el que se instala la carpa principal (Chapiteau). Así, además de la pista central bajo la carpa, hay gradas para ver los conciertos que han sido cubiertas por lonas, para todos los públicos y condiciones del cielo. Fuera hay varias otras carpas más pequeñas que se levantan para albergar la parte gratuita del festival, con artistas invitados y espontáneos musicales que salen de cualquier rincón.
Porque en el Welcome in Tziganie, en cualquier sitio hay alguien
con una guitarra, un violín o un acordeón dispuesto a que las melodías
no dejen de sonar. Por supuesto también se oyen trompetas. Resuenan trompetas desde que te levantas. Provienen de la clase de brass band
que se desarrolla por la mañana, impartida por una de las mejores
bandas de los Balcanes (la Kocani Orkestar). Todo un lujo al alcance de
quien ya tenga un nivel. Hay cosas que el conservatorio no puede
enseñar, pero un gitano macedonio sí. También encontramos trompetistas
anónimos formando grass bands resonantes y humeantes.
Fuera del recinto hay carromatos, un caldero para el guiso, una cabaña con exposiciones, libros y discos alrededor de la cultura Roma y hasta una caseta flamenca con sus barriles y sus cantaores.
Ya dentro la cosa se oficializa y cada día tenemos cuatro bandas en un solo escenario bajo el chapiteau principal. Las bandas no llevan ni pantallas, ni lonas, sólo hay un cartel que reza 'Welcome In Tziganie'. Entre grupo y grupo, hay una brass band itinerante por el recinto y una carpita con una orkesta de trompetas en directo. También puedes pasarte por la carpa de vinos de la tierra a probar la gran variedad que ofrecen. O puedes correr detrás de pompas de jabón, intercambiar sombreros, conocer a personajillos tzigane en babuchas o a un tipo que va a todos lados con un vaso en la cabeza, incluso comiendo unas costillas de cerdo que se deshacían en la boca.
La Música
La música cada año intenta ser un compendio de música gitana venida de muchos de los lugares por los que este pueblo está repartido. Desde el Rajastán en la India vimos a Bollywood Masala Orchestra con un espectáculo muy colorido de música y baile. Desde Cataluña el grupo Sabor de Gracia trajo la rumba catalana en todo su esplendor con un repertorio de canciones propias y versiones de manual (Peret, el Pescaílla, Las grecas...) Se rumbearon hasta el Bella Ciao como si nada pasara.
En los dos días hubo dos brass bands de renombre. Unos la Kočani Orkestar, desde Macedonia (del norte), conocidos por ser la banda que interpretaba la banda sonora de las primeras películas de Kusturica (El tiempo de los gitanos, Underground...). Clase magistral de melodías balcánicas clásicas. Y otros la Bojan Ristic Brass Band, desde el mismísimo pueblo de Guča (Serbia), que cuenta en sus filas con el ganador de la trompeta de oro del año pasado. Uno de esos virtuosos, Maestro trubaci, que no puedes dejar de escuchar si te va el tema. Sonido genuino, agudo, envolvente, nos transportó a otros tiempos por un momento.
Destacamos el gran papel de nuestras conocidas Balkan Paradise Orchestra, desde Barcelona, que pusieron a bailar a todo el mundo a primera hora del sábado tirando su mezcla entre clásicos del género y composiciones propias más modernas. Creo que era una plaza difícil para ellas con un público "especializado" (también muy agradecido) ante el que no se si habían estado antes pero al que convencieron totalmente. No es fácil conseguir eso tocando música de una cultura que no es la tuya, así que enhorabuena a ellas. Incluso el arco del cielo salió a saludarlas después de la mañana lluviosa.
Disfrutamos mucho del homenaje a la leyenda del saxo Ferus Mustafov, ya fallecido, que realizó su nieto Fercho y su banda, desde Macedonia, con una sutileza y elegancia en el saxofón que emocionaba. Estuvo muy bien volver a ver a la icónica banda No Smoking Orchestra (antigua banda de Emir Kusturica) reconvertidos en la Unza Unza Orchestra, con un nuevo cantante que les aporta energía y colores más modernos que se suman a la maravilla de músicos que componen la banda. Desde Turquía Taksim Trio vinieron a demostrar que la mezcla lo invade todo y es inevitable, la cadencia andaluza también está presente en la música turca. Y bueno, para rematar desde Grecia también tuvimos la representación de Koza Mostra, una banda que puso toques más rock mezclados con el bouzouki griego.
Sin duda el plato fuerte a nivel musical fueron La Caravane Passe, celebrando sus 20 años de música y que ofrecieron un show al que invitaron a gran cantidad de los amigos que aparecen en su disco aniversario 'Hotel Karavan'. Tanto Olivier (músico encargado de los arreglos) como Toma (más encargado de la composición y letras) se compenetran a la perfección, y han conseguido no pocas canciones de esas que se te quedan en la cabeza, en los pies y en el cuerpo, y que no puedes dejar de tararear. No es un estilo concreto, es un estilo propio que es en directo cuando alcanza ese punto caliente por el intercambio de energía con la gente. 'Nos gusta tocar con la gente cerca, mirarlos, tocarlos y si es rodeado de amigos pues todavía mejor', nos decía Olivier en la charla que tuvimos con él y que publicaremos próximamente.
Para remate, al final del concierto bajan entre el público para compartir la 'música sin electricidad', totalmente en acústico, en uno de los momentos más bonitos de todos sus conciertos y del festival.
Un festival que tiene una manera distinta de hacer las cosas, demostrando que se puede tener una organización perfecta y cercana, ser sostenible ofreciendo tres días de cultura y música sin fronteras, teniendo una parte de pago y otra gratuita, integrándose con su entorno y por supuesto todo esto cuidando a los visitantes en cuanto a baños, duchas y servicios a pesar de lo modesto de su camping, permitiendo llevar vasos de otros festivales reforzando la idea del reciclaje y no solo de boquilla como hacen otros, y sobre todo dejando a su paso una impronta donde lo único efímero es su existencia pero no su esencia.
Despedirse es difícil, pero un poquito de magia gitana y de locura se va contigo de Seissan y su Welcome in Tziganie por si necesitas echar mano de ella en algún momento. ¿Volveremos? Quién lo sabe, nos dejaremos llevar por los aires de los balcans...
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