La muchedumbre festivalera trepa por el camino que serpentea entre los viñedos hasta el castillo de Valmy. El trayecto es largo y el sol implacable pero, al llegar, los sonrientes voluntarios de Déferlantes nos esperan con un vaso de agua bien fresca y el deseado programa del día. A pesar de ser la jornada en la que se prevé una mayor afluencia, el acceso se hace sin mayor espera y en un verbo estamos paseándonos por los jardines de Valmy. Llegamos justo al cierre de Balbino Medellín: un insólito parisino-perpiñanés que se pone el mundo por montera y garrapatea entre el gitaneo, la chanson y la música española y catalana. Encendió los corazones de los deferleurs con una oda a Perpignan, cuyos rincones guardan recuerdos de su infancia entre el calor, la sardana, los muros blancos y los ojos negros de los gitanos y, en cuyas calles, su abuelo español encontró un día a la más bella de las catalanas. Con la canción acabó su concierto, pero al marcharse del escenario, Balbino había dejado abierta la tapa de un imaginario baúl de los recuerdos a través de cuya magia íbamos a remontar el tiempo hasta nuestros días.
Abriéndose paso desde el fondo del baúl, un exuberante peinado a lo afro, un mono de mecánico beige abierto a medio pecho, y un micrófono Shure, Charles Bradley salta y recorre palmo a palmo el escenario del castillo contoneándose y rugiendo como un viejo león del funk soul de los años 60 y 70. El cocinero que soñó con ser James Brown y que pasó años y años ensayando con el palo de la escoba a modo de micrófono imaginario, vio cambiar su vida a finales de los 90 cuando, por fin, pudo subirse a los escenarios y resucitar el sonido que siempre le había entusiasmado. Tal vez por el final feliz de su particular cuento de hadas, el discurso de Bradley intenta transmitir que todo es posible cuando se cree en algo y que en el mundo podríamos cambiar muchas cosas si estuviéramos realmente convencidos de que lo queremos hacer. You put the flame on it es un buen ejemplo de lo que pudimos ver en el Parc de Valmy a manos de este genio del revival.


Sin embargo, durante el concierto de Jamiroquai una masa de festivaleros junior se ha ido posesionando de las primeras filas del escenario del castillo. Para nuestro escándalo, se balancean con indiferencia y resoplan a cada tema de Jay Kay como si esperaran impacientes el final. La razón es que están allí para ver el siguiente espectáculo: los Djs de moda en el país, C2C. Con ellos, el baúl de los recuerdos se colapsa entre el futuro más electrónico y un pasado de sonidos auténticos de blues y espirituales. Down the road enciende la mecha y la explosión llega con Happy y el flash mob preparado por los voluntarios del festival que se extiende como el aceite desde las primeras filas. Un broche fenomenal para una jornada repleta de descubrimientos, recuerdos y viajes temporales en los jardines encantados del castillo de Valmy.
Dr. J
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