Avanzan los días y el panorama musical y festivalero se empieza a despejar. A despejar, por desgracia, con uno de los peores escenarios posibles. Las cancelaciones de las bandas están a la orden del día. Las suspensiones de festivales son un efecto dominó en el que cada mañana nos levantamos con la incógnita de cuál será el siguiente. Porque de lo que no hay duda es que pasará mucho tiempo hasta que podamos ir a ver un evento musical en directo tal y como lo hacíamos hasta ahora. Y la pregunta está clara: Y ahora... ¿Qué?
Ahora, ¿qué? No ha habido ni un sólo día de este confinamiento en que en alguna de nuestras múltiples videollamadas se haya repetido esa pregunta. En nuestro caso la pregunta iba dirigida a esos conciertos para los que ya teníamos entradas o a esos festivales con abono en la mano o a los que les habíamos echado el ojo para el verano festivalero. Ahora, ¿qué?
Pues ahora la realidad es que nuestra ventana musical está vacía. Poco a poco se han ido confirmando las cancelaciones, las suspensiones o los traslados a otras fechas confiando en que para entonces las cosas se hayan solucionado. Pero... ¿Cómo se van a hacer? Parece claro que las concentraciones multitudinarias han pasado a la historia y que los aforos se van a ver reducidos en un porcentaje muy alto.
Hasta ahora la mayoría de organizadores, sean de conciertos o de festivales han tirado por la calle del medio. Es decir, traslado la fecha, mantengo la sala, el aforo y, en el caso de los festivales, la mayoría del cartel. Y así lo doy por solucionado. ¿Es esta una opción real? ¿Las mismas mil y pico personas podrán entrar en La Riviera dentro de medio año? ¿Las mismas cinco mil en el Wizink Center? ¿Los más de cincuenta mil festivaleros entrarán en el recinto del Viñarock en octubre? Sinceramente y por desgracia, nos tememos que no.
La gran incógnita es esa, hasta dónde se va a obligar a reducir los aforos. Y la consecuencia de eso viene casi de seguido... Hasta qué número se van a poder mantener conciertos o festivales sabiendo que el aforo se va a limitar, pongamos, por ejemplo en un 50%. Un Mad Cool con veinte o treinta mil personas como mucho. Un concierto de Metallica con menos de cinco mil personas en cualquier pabellón. O, sin mirar tan arriba, cualquier concierto en cualquier sala de Madrid con doscientas, trescientas personas a lo sumo.
La siguiente cuestión nos sale de ojo. ¿Puede significar todo esto que el abono que antes de costaba 150 euros ahora pase a costar el doble? ¿Se dispararán, aún más, los precios de las entradas para conciertos? Si queremos que el show continúe no puede recaer toda la responsabilidad en los festivaleros o en los fans y que sean ellos los que sufraguen ese coste.
Y por último... ¿Cómo van a conseguir que se respete la "distancia social"? ¿Se va a confiar en la responsabilidad de cada uno de los asistentes a un directo? Parece complicado. Desde algunas organizaciones se ha lanzado alguna propuesta-sonda para festivales. Se trataría de compartimentar el espacio pensado para el público frente al escenario con el objetivo de controlar el número de personas en cada compartimento. Se habla incluso de compartimentos con mamparas. Soluciones que si viéramos en una película de ciencia ficción no nos creeríamos ni de lejos. Si esto tiene que suceder, pensemos en un auto-festival al estilo de los auto-cines americanos de los setenta. Cada uno en su coche con su gente de confianza y cero contacto con el resto del mundo. Surrealista y poco creíble. Pero... ¿Y si no?
Desde luego no sabemos que ocurrirá. Pero la música seguirá sonando. Aunque sea en Lives de Instagram.
J&B
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