Acudía con gran expectación a ver a una de las bandas más icónicas, aún en activo, de la rumba gitana en su sentido más libre y festivo. Los Gipsy Kings han sido referentes y banda sonora que casi todo el mundo al menos ha escuchado, cuando no cantado, palmeado o bailado en diferentes momentos de su vida, quizá sin ponerle nombre.
La mayoría de sus grandes éxitos son versiones o conjunciones de canciones populares, a las que rumberizan logrando un pastiche a mitad de camino entre el flamenco, la fiesta gitana y algunos toques de ritmos latinos.
Fue en el Teatro Príncipe Pío de Madrid, creado en dependencias de la histórica Estación del Norte (dedicada ahora a cercanías y centro comercial), lo cual le da al espacio el aspecto imponente de las antiguas estaciones de techos altos y elegantes, al menos la antesala con sus suelos de piedra y escaleras de forja, porque luego el sitio del concierto no deja de ser una nave diáfana sin mayor encanto que tampoco ha logrado un sonido especialmente disfrutable sino todo lo contrario, deslucido y rebotante.
Pero habíamos ido allí por la rumba, y allí aparecieron las venerables guitarras y los ene miembros de las familias gitanas Reyes y Baliardo, exiliadas a Francia durante la Guerra Civil, fundadoras de la banda allá por finales de los 70.
Los primicos han crecido y a la banda se han incorporado otros primicos y sobrinicos de la nueva generación que retoman el legado de sus mayores. Como ocurre con las bandas de trompetas, en el centro del escenario se coloca el más virtuoso, Diego Baliardo, con una guitarra blanca que lo distingue musicalmente del resto.
Eché de menos a Nicolás Reyes, fundador supremo y para mí el más inspirado de los Kings en cuanto a la manera de cantar, honda y sentía, que se saltó este concierto por alguna razón. Me da la sensación de que hay varias bandas por ahí girando bajo el nombre de los Gipsy Kings. Diversificación rumbera.
Los demás se turnan a la voz para ir desgranando un setlist que mezcla las canciones más conocidas, vease 'Djobi Djoba', 'Vida me da', 'A mi manera' o 'Hotel California' con otras que no le suenan a casi nadie en la sala, todas con el denominador común de estirar el ritmo de rumba y el acorde hasta el infinito.
A ratos, ese ritmo sólido, machacón y alargado, que llega como un tren, que viene y se viene, que parece que va a romper pero no rompe, que sólo rompe cuando ellos quieren, sin prisa, salido de las seis guitarras españolas sobre el escenario, a ratos digo, ese ritmo... no es entendido por el público y entre el sonido y la falta de respuesta, pierde un poco de fuerza.
Y es que el público era de lo más variopinto, mezclando a politos remetidos y dosis extra de gomina, con camisas hasta el ombligo, con algún sombrero perdido sobre pelos rizados, con modernos con curiosidad y mucha gente que parecía invitada por la banda. Así la conjunción global era un poco forzada y eso se nota a la hora de crearse la magia de un concierto.
Así las cosas en general fue un concierto para disfrutar, saciar la curiosidad por ver a estos históricos, y darse cuenta de que a pesar de que probablemente ya han dado sus 100 mejores conciertos, todavía son más que capaces de recrear momentos tan dispares como un patio de taberna donde la rumba se siente y flota, o ese garito pachanguero al que a todos nos ha arrastrado en algún momento en el que a las 3 de la mañana suena 'Volare', 'María Dolores' o 'Bamboleo' y la peña se vuelve loca a dar palmas fuera de ritmo.
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