
Después, tuvimos para elegir: Jack Johnson e Izal coincidían. Nos decantamos por los segundos y alucinamos. En el escenario Sony no cabía ni el apuntador, e incontables juguetes hinchables botaban sobre la multitud: un teléfono, una pelota, una mano... “¡Que nos oiga Jack Johnson!”, gritó Mikel Izal, vocalista de la formación. Y vaya que si debió oírles. El público coreó una canción tras otra, sin descanso. La legión de fans de Izal es abundante y parecen fieles. Después de esta actuación, suponemos que su fama solo puede ir a más. Es cuestión de tiempo ver hasta dónde llegan estos chicos, pero algo nos dice que será bien lejos.

De pronto, los altavoces del recinto comenzaron a reproducir dubstep. Se acercaba el momento, ‘el prodigio’ capitaneado por Liam Howlett. Muchos no entendimos qué pintaban The Prodigy en el cartel de este año. Un estilo totalmente fuera de lugar de una banda que hace años que no saca nada nuevo. Unos acusaron a los de Essex de estar pasados de moda; otros no aceptaron que repitieran cita en tan poco tiempo -estuvieron en el BBK 2008 y dieron otro concierto en Bilbao en 2004, pero mirad Vetusta Morla...-. Sin embargo, los británicos callaron bocas con un concierto contundente y más que multitudinario. Daba la impresión de que las 40.000 almas que subieron a las campas, todas, se habían concentrado para ver a los pioneros del big beat.

Las primeras notas de Breathe revolucionaron al personal. Empezaban fuerte, tanto en sonido como en la elección de clasicazos. Keith Flint salió a escena con las dos crestas de toda la vida -aunque entre tanta luz no supimos si seguía llevándolas verdes o no- seguido de Maxim Reality con el típico antifaz de pintura blanca. Flint saltaba de un lado para otro y se desgañitaba en los estribillos, aunque una incipiente barriga dejó en evidencia el paso de los años. A este hit le siguió Jetfighter, un adelanto de lo que será su próximo disco, que se supone está al caer. Y este, Omen, archiconocida por aparecer en videojuegos, programas
deportivos y algún que otro anuncio. Una declaración de intenciones en toda regla: no están pasados, tienen cosas nuevas, pero no renuncian a su glorioso pasado. El playlist se basó en gran parte en los grandes éxitos de sus 24 años de carrera, como Voodoo People o Poison.
Como cabía esperar, la más secundada fue Firestarter. En numerosas ocasiones Maxim trató de calentar al público -aún más- al grito de “all my Spanish people!” y “all my Prodigy people!”. A modo de clásica rave, animó al público a formar un círculo a ambos lados de la platea. A su señal, la masa chocó entre sí, unos contra otros, sin miedo a soñar ni a las contusiones -cuánto nos alegramos en estos momentos de habernos
alejado de la zona caliente-. Como colofón final, hizo al público a agacharse poco a poco -aquí tuvo que insistir, a lo mejor es que la gente ya no podía más-, para saltar como locos al son de “smack my bitch!” -lo de Franz Ferdinand el día anterior no fue nada-.
Breathe para empezar, Smack my bitch up para terminar. Los dos primeros temas de aquel disco que les hizo de oro hace ya casi dos décadas.
Ergo
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