Son las tres y media de la tarde. Marcial me deja en el semáforo de la 26, justo enfrente de la Ciudad Deportiva de La Habana. No puede acercarse más. Todo está cortado. Me despido de mi taxista y nuevo amigo y salto del Lada para unirme al hormiguero humano que está rodeando el recinto en su camino hacia la puerta de entrada. Transitamos por una larga acera entre la valla y una fila de autobuses que no paran de vomitar gente. Acelero el paso. Solo hay una barrera de policía. Con sumo respeto se limitan a saludar y mirar algunas mochilas. A mi solo me toca el saludo. Solo limitan bebidas alcohólicas. Más o menos.
En una primera puerta la gente se acumula. Da acceso al primer anillo, el de pie de escena. Una chica sale del tumulto, decepcionada. "Ya no entran más, ¡solo con invitación!". Corro hasta la siguiente puerta, que no es más que un agujero abierto en la verja. ¡Estoy dentro! El escenario no está lejos y aún no parece haber tanta gente como para no poder llegar lo bastante cerca. Intento salir de mi perplejidad y avanzar sin entretenerme con los diferentes personajes que me voy cruzando. A la altura de la primera torre de sonido me detiene una barrera que me separa del recinto de los elegidos. "Compadre, disculpe, ¿cómo se pasa a ese lado?", le pregunto al policía que tengo enfrente. Como suponía, me responde "solo con invitación".
Elijo un lugar en el que queda un poco de espacio y con buena visibilidad y me instalo para cinco horas de espera. Ahora ya puedo mirar a mi alrededor. Veo camisetas de Metallica, de Pink Floyd, de Iron Maiden, de los Doors; banderas de Cuba, de Ecuador, de México, de Inglaterra, de Argentina, de País de Gales; individuos solitarios, grupos de amigos, familias enteras de hasta tres generaciones. En las pantallas del escenario se anuncia algo imposible: "Rolling Stones en Cuba". Y sin embargo, allí estamos.
Nadie sabe a ciencia cierta qué va a ocurrir, aunque todos esperamos que ocurra algo muy importante. Hay una curiosa tensión que contrarresta la simpatía tradicional de los cubanos. Entablar conversación cuesta unos minutos más de lo que es habitual en las calles de La Habana. Pero todo llega. "Es histórico". "Es como el concierto de Pink Floyd cuando el muro en Berlin". "Llevamos décadas esperando algo así". "Ya han venido otros grupos a tocar gratis a Cuba, esto no ha hecho más que empezar... pero los Rolling Stones, mi hermano!, esto no tiene comparación." Delante de mí, unos simpáticos italianos con sus gorras de guerrilleros compradas en la Habana Vieja están locos por saber dónde encontrar una camiseta de los Stones en Cuba. Una chica les saca de dudas: no las venden en ningún sitio, cada uno se ha fabricado la suya.
A unos cincuenta metros a mi derecha, una tímida bandera de EE.UU. emerge como un periscopio. Se mantiene un par de minutos ondeando y desaparece. La operación se repite cada cierto tiempo y la bandera se mantiene a flote cada vez más rato. Un grupo de argentinos se han encontrado a unos ecuatorianos y gritan sin parar como en si estuvieran en La Bombonera: "Ecuador y Argentina que alegríaaa!". Se nos van pasando las horas intercambiando pareceres y algunas provisiones y nos damos cuenta de que son las siete porque ya no queda sitio para seguir sentados. A mi lado un señor le dice a su hija, Lisa, que es el momento de montar el teleobjetivo en la Nikon. Son una familia habanera y vienen pertrechados con cámara, dos objetivos, tableta y smartphone, un arsenal que parece insólito para un cubano medio.
A esas alturas ya estamos bastante apretados y no nos parece bien dejar avanzar a la inglesa y la coreana que nos empujan con la excusa de ser periodistas en su país. "Quedaos aquí con el pueblo, que lleva esperando durante horas. Y si no haber llegado antes. De todas maneras, en cinco metros encontraréis una barrera y no os dejarán pasar." La coreana quiere seguir intentándolo y desaparece en la multitud, pero la inglesa está harta de seguir a su amiga. "La he conocido hoy en un taxi y hemos simpatizado, pero yo me planto aquí: ya la encontraré luego." Es Angela. Me alarga una lata de cerveza Cristal. Me viene al pelo, porque estamos a 30 grados y no se vende nada de bebida en todo el recinto. La chica inglesa nunca ha visto a los Stones y aún así se arriesga a apostar sobre cuál va a ser la primera canción del concierto: para ella, Gimme Shelter, yo estoy seguro de que será Jumpin' Jack Flash. Hay una Cristal en juego.
Dr. J
Continuación: Crónica del Concierto
En una primera puerta la gente se acumula. Da acceso al primer anillo, el de pie de escena. Una chica sale del tumulto, decepcionada. "Ya no entran más, ¡solo con invitación!". Corro hasta la siguiente puerta, que no es más que un agujero abierto en la verja. ¡Estoy dentro! El escenario no está lejos y aún no parece haber tanta gente como para no poder llegar lo bastante cerca. Intento salir de mi perplejidad y avanzar sin entretenerme con los diferentes personajes que me voy cruzando. A la altura de la primera torre de sonido me detiene una barrera que me separa del recinto de los elegidos. "Compadre, disculpe, ¿cómo se pasa a ese lado?", le pregunto al policía que tengo enfrente. Como suponía, me responde "solo con invitación".
Elijo un lugar en el que queda un poco de espacio y con buena visibilidad y me instalo para cinco horas de espera. Ahora ya puedo mirar a mi alrededor. Veo camisetas de Metallica, de Pink Floyd, de Iron Maiden, de los Doors; banderas de Cuba, de Ecuador, de México, de Inglaterra, de Argentina, de País de Gales; individuos solitarios, grupos de amigos, familias enteras de hasta tres generaciones. En las pantallas del escenario se anuncia algo imposible: "Rolling Stones en Cuba". Y sin embargo, allí estamos.
Nadie sabe a ciencia cierta qué va a ocurrir, aunque todos esperamos que ocurra algo muy importante. Hay una curiosa tensión que contrarresta la simpatía tradicional de los cubanos. Entablar conversación cuesta unos minutos más de lo que es habitual en las calles de La Habana. Pero todo llega. "Es histórico". "Es como el concierto de Pink Floyd cuando el muro en Berlin". "Llevamos décadas esperando algo así". "Ya han venido otros grupos a tocar gratis a Cuba, esto no ha hecho más que empezar... pero los Rolling Stones, mi hermano!, esto no tiene comparación." Delante de mí, unos simpáticos italianos con sus gorras de guerrilleros compradas en la Habana Vieja están locos por saber dónde encontrar una camiseta de los Stones en Cuba. Una chica les saca de dudas: no las venden en ningún sitio, cada uno se ha fabricado la suya.
A unos cincuenta metros a mi derecha, una tímida bandera de EE.UU. emerge como un periscopio. Se mantiene un par de minutos ondeando y desaparece. La operación se repite cada cierto tiempo y la bandera se mantiene a flote cada vez más rato. Un grupo de argentinos se han encontrado a unos ecuatorianos y gritan sin parar como en si estuvieran en La Bombonera: "Ecuador y Argentina que alegríaaa!". Se nos van pasando las horas intercambiando pareceres y algunas provisiones y nos damos cuenta de que son las siete porque ya no queda sitio para seguir sentados. A mi lado un señor le dice a su hija, Lisa, que es el momento de montar el teleobjetivo en la Nikon. Son una familia habanera y vienen pertrechados con cámara, dos objetivos, tableta y smartphone, un arsenal que parece insólito para un cubano medio.
A esas alturas ya estamos bastante apretados y no nos parece bien dejar avanzar a la inglesa y la coreana que nos empujan con la excusa de ser periodistas en su país. "Quedaos aquí con el pueblo, que lleva esperando durante horas. Y si no haber llegado antes. De todas maneras, en cinco metros encontraréis una barrera y no os dejarán pasar." La coreana quiere seguir intentándolo y desaparece en la multitud, pero la inglesa está harta de seguir a su amiga. "La he conocido hoy en un taxi y hemos simpatizado, pero yo me planto aquí: ya la encontraré luego." Es Angela. Me alarga una lata de cerveza Cristal. Me viene al pelo, porque estamos a 30 grados y no se vende nada de bebida en todo el recinto. La chica inglesa nunca ha visto a los Stones y aún así se arriesga a apostar sobre cuál va a ser la primera canción del concierto: para ella, Gimme Shelter, yo estoy seguro de que será Jumpin' Jack Flash. Hay una Cristal en juego.
Dr. J
Continuación: Crónica del Concierto
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