El cierre de la novena edición del Santander Music Festival quedó empañado por la lluvia. Por el diluvio. Ante semejante panorama, cuesta un poco más dejarse llevar por un festival que, sin embargo, consiguió hacer bailar hasta al más perezoso. El ambiente fue bueno y el cartel no estuvo nada mal, aunque hay varios aspectos que esperamos que mejoren para el décimo aniversario en el que, por cierto, ya han empezado a trabajar. Se han vendido los primeros 500 bonos a 30 euros -volaron- y ahora puedes pillarte tu pase de tres días por 35.

El chubasquero se convirtió en un aliado.

Aciertos

Ubicación del recinto
La Magdalena no está precisamente en el centro de Santander, aunque está en una zona preciosa. Junto al mar, el parque es un pequeño bosque que únicamente tiene por vecinos unos cuantos pingüinos que viven en el pequeño zoo. Así, no se molesta a nadie, la fiesta puede alargarse hasta altas horas y los festivaleros pueden disfrutar de unas vistas de ensueño. Puedes ver el mar desde uno de los laterales.

Recinto
Es un festival relativamente pequeño. Tiene un escenario principal donde actúan los grupos y un par de sets para djs. Eso facilita que no sea un festival masificado -en los tres días reunieron a 19.800 asistentes- y que se pueda estar a gusto. Ha mejorado bastante desde nuestra última visita en 2014. Había una zona de hamacas con vistas al mar, un futbolín, sombrillas -que en último día hicieron la función de paraguas-, zona de restauración y mercadillo. Por cierto, con una estética muy cuidada que parecía sacada de Pinterest. Nos sorprendió la ausencia de stands promocionales. 
El festival tiene una estética muy cuidada.
Zona de restauración
Había entorno a una docena de puestos y foodtrucks para todos los gustos: pizza, bocadillo, tallarines... Y la opción de picar unas patatas, unos nachos e incluso una magdalena. Agradecimos que tuvieran en cuenta que también hay festivaleros vegetarianos y veganos y los precios nos parecieron bastante razonables. Además, colocaron varias mesas con bancos corridos para cenar tranquilamente.

Mercadillo
No había muchos puestos de ropa, vinilos y complementos -echamos de menos más merchandising-, pero estaban muy bien. Artesanía y prendas de colecciones exclusivas. Además, nos pareció un detalle muy a tener en cuenta que en los puestos se ofreciesen a guardar tus vinilos hasta que te marchases a casa. Y si se te olvidaba, te dejaban un teléfono para contactar con la tienda. 
Había un mercadillo con ropa, vinilos y complementos.
Baños
Los baños portátiles tenían papel, jabón, agua, espejo y hasta luz. Un auténtico lujo para un festival. Eso sí, tampoco habría estado de más que pusieran más. Podías pasarte prácticamente todo el descanso entre concierto y concierto esperando la cola. 

Ambiente
Aguantar una jornada bajo el diluvio universal y hacerlo con una sonrisa es de agradecer. El público estuvo de 10. Esperó paciente a que secasen en escenario porque el agua empapó los cables durante la actuación de Lori Meyers -que decidió tocar a la vuelta 'Siempre brilla el sol'- y aunque al principio pareció un poco reticente, en las últimas actuaciones se olvidó totalmente del cielo. Y del suelo, porque había zonas convertidas en un auténtico barrizal. Por cierto, ole por los campistas.
El público ignoró la lluvia.

Personal y redes sociales
Recibimos buena atención en los distintos puestos y nos encontramos con un personal tras las redes sociales muy atento y simpático a la hora de resolver nuestras dudas.

Contras

Acceso
Desconocemos si el resto de días fue también así, pero el sábado el recinto abrió un cuarto de hora más tarde de lo previsto. Tras pasar un primer control para entrar al parque hay que cruzar otro situado justo en la puerta del recinto. Creemos que con enseñar la mochila justo en la puerta bastaría, aunque todos estemos dispuestos a colaborar por mejorar las cuestiones de seguridad.

Precios en la barra
Una botella de agua costaba tres euros. Cifra que apunta a récord. Después de ver la recogida de firmas que han comenzado en Change.org para colocar fuentes en los festivales nos imaginamos que más de uno se llevaría las manos a la cabeza al ver esto. De hecho, tuvieron cuidado al dejar una fuente pegada al recinto tras las vallas para que los sedientos tuvieran que consumir dentro. Los refrescos estaban al mismo precio y los katxis de cerveza, a 8 euros, igual que en el BBK Live -que no suele cortarse a la hora de fijar los precios-.
Los bonos eran baratos, pero los precios en la barra, no.
Tickets
En las barras no se pagaba con dinero, pero tampoco con monedas del festival. Había que sacar tickets por adelantado y tenías que detallar lo que te ibas a beber. O esperabas esa cola cada vez que te querías tomar algo o tenías que hacer unos detallados cálculos para decidir qué pedir.

Sin vasos reutilizables
Admítelo. A ti quizás también te moleste tener que pagar por un vaso y cargar con él durante todo el festival, pero la molestia es mínima. Los beneficios son muchos. Son reutilizables y se evita que el suelo parezca un mar de plástico, que es lo que ocurrió en el Santander Music Festival. Todos los vasos de plástico y de cartón acabaron por el suelo. Es molesto para el público y los servicios de limpieza tienen más trabajo del necesario. Por no hablar de que da dolor de corazón ver las campas de la Magdalena de esa manera.
El suelo quedó así tras uno de los conciertos.
¿Dónde estaban las papeleras?
Apenas vimos papeleras para tirar los vasos o los restos de la cena. Lejos del escenario y de pequeño tamaño. No puesta nada colocar al menos bolsas de plástico en las esquinas de las barras. Por no hablar de que no vimos contenedores de reciclaje, un aspecto que esperamos que se apunten para la décima edición. 

Oihana

Fotos: Ergo
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