Una isla, un puente, arrastrar la mochila, una tienda, dos, tres, una bandera con una F!. Plantados. Estamos en Sziget. De nuevo. La ilusión va dentro, va por delante y viene detrás en el tiempo y en el espacio. Hace calor, mucho calor, hay globos de colores en los árboles, farolillos de luz en las calles, una carpa de circo de donde sale música, siempre música, todo el rato música. Hay una guitarra acústica sin escenario, hay un acordeón y unos violines que echan humo. Hay que hidratarse bajo el sol y bajo las estrellas, dejarse los zapatos bailando música balcánica, y las piernas, y los recuerdos, bailado música irlandesa junto a un tío en zancos, en un surrealismo hecho pogo. 

Hay un poco de palinka on board, un hermano que llega, una nueva era. Hay Gogol Bordello y Goran Bregovic, champiñones infectados, el circo de la grande Babylon, florencia y la máquina; hay un Boston y un California, y ochenta y nueve países más, y todavía más sentimientos. Hay que alimentarse: para ti goulash, para él salchicha húngara, para mí un pad thai, hamburguesa yugoslava, arroz con verduras, filete de pollo, couscous, langos pizza o pizza a la Cintia. A elegir, que luego es palinka time. Ice honey palinka, por supuesto.

Hay trompetas lejanas, guitarreos rompecuellos, ratos de no puedo más, ratos de no puedo por menos, tropiezos y vernirse arriba. Hay luces a lo lejos y sombras aquí al lado. Y tormentas eléctricas contra nuestros paraguas de colores. Electrizantes. Hay batukadas, ajenas y propias, contenedores conquistados, mojitos que no has de beber, veteranos infinitos con muchas garitas y savia nueva, el Sziget de la esperanza, dicen. Hay un par de lágrimas que se confunden con la lluvia. Hay mochilas, maletas, trolleys, carritos, bolsas y bolsillos. Vuelve a haber una tienda, arrastrar una mochila, un puente, una isla...


ILUSIONES


En Sziget Festival hay que perderse y encontrarse. A todo el que va siempre le invito a perderse por los caminos de la isla. Encontrar ese momento en que no hay concierto a la vista, objetivo complicado, y elegir un camino por el que no has pasado antes en los días que llevas en Sziget. Te aseguro que siempre queda alguno. Llegarás a un escenario que no conocías, a una escultura que nunca viste, a un rincón que te encantará... llegarás donde tengas que llegar.

Habiendo estado ya varias vidas en Sziget, caminando por esos caminos mi mirada adquiere a veces el poder de superponer unas imágenes a otras. Donde ahora hay un dragón construido durante 2 meses con miles de botellas de agua recicladas (muy cómodo para una siesta), yo de repente veo un bar con mesas de madera y gente bailando sobre ellas una canción de Janis Joplin. Donde un enorme león de madera enseña sus fauces, mis ojos y oídos me engañan con una pequeña carpa blanca de la que brotan sonidos que me hacen recorrer el mundo. Donde ahora hay setas de colores y trompetas, mi mirada ve pelos al viento y heavy metal. Me cruzo con alguien y salta una chispa; estoy a un tris de pedirle que se quite las gafas de sol y preguntarle: 'tu eres.... ah! no perdona, me he confundido', pero me voy sin tener muy clara esa confusión.

Son ilusiones. Si en una semana en la isla confundes los días, al repetir varios años confundes los años. ¿Ayer tocaron Crystal Castles o fue el año pasado, o el anterior? Es como un delirio por la pérdida de contacto con la realidad exterior. ¿O es esta la realidad? En cualquier caso, son ilusiones, que más me da.


ACIERTOS


Hay cosas que en Sziget permanecen invariables o se incorporan a lista de aciertos. El buen hacer general de la organización, siempre pendiente del mínimo detalle. El espacio para propuestas como una zona de arte poco convencional, un laberinto de luz y color, una peluquería de fantasía, un escenario de música clásica o un pequeño fuego de campamento donde los ganadores de un concurso pueden tocar en acústico piezas que el público pueda cantar.

También la importancia de la decoración de la isla y de los espectáculos callejeros que son parte de la esencia de la isla, cruzarse por la calle con enormes caballos de cartón al son de la batukada, por ejemplo. Como lo es poder aprender a danzar a lo húngaro, disfrutar viandas y brebajes autóctonos y variados o descubrir y alimentarse con músicas de un mundo romaní al que muchos acorralan y que sin llegar a salir a flote, nunca se hundió. Hay quien dirá que es anclarse al pasado, pero en realidad la importancia de mostrar eso, músicas y costumbres populares, es que nos ayuda a tener mejor perspectiva al menos del presente. Que el futuro ya vendrá.

Ya se sabe, Goran Bregovic no usa la vitrocerámica, pero cocina grandes guisos con ingredientes de música ancestral. Sin eso Sziget no es Sziget. No siempre lo mejor es lo más nuevo.

Un bar dentro de una furgoneta destartalada al lado del World Music Stage, es otro ejemplo. Esa es la esencia. Imperfecta y genuina.

Y cuando se descubre esa esencia, se conecta con el ambiente, con la isla, con las gentes que la habitan -verdadero patrimonio del festival-. Gentes que juegan a extraños juegos con latas de cerveza y pelotas de tenis, gentes que llevan a sus hombros una pantalla con otras gentes que están en sus casas (#festivalbuddy), gentes que se ponen nuestra pulsera donde les da la gana... al conectar con eso los conciertos a veces se convierten en mero complemento a las vivencias de una semana en la que la música flota en el aire en cualquier rincón al que vas.


CAMBIOS

 

Pero Sziget Festival también va cambiando, cambia de año en año. Es inevitable que los veteranos sepamos eso. No nos vamos a quejar mucho aunque tenemos nuestro derecho.

A Sziget no le asusta arriesgar y hay cambios que son para bien. La zona del Main Stage era mucho más espaciosa este año, con lo cual moverse de un escenario a otro ha resultado más fácil que otros años. Si hubieran acompañado ese espacio con bandas que lo hubieran sabido aprovechar ya hubiera sido el remate. Con todo el respeto para Martin y Tim (Avicci), pero en ese escenario se han congregado años atrás muchos miles para ver a Blur, a Chemical Brothers, a Muse o a Iron Maiden.

Otro cambio para bien es tener una playa. Sziget Beach es en realidad una porción del Danubio en la que puedes ir a pegarte un chapuzón, con su arena de playa, sus mojitos playeros, sus bañadores y bikinis y su musiquita chill out. Llevarse a esa parte de la isla la carpa Chill Out con sus cojines, hamacas y demás, está muy bien pensado.

Me fastidia un poco el pedazo de bar de Bacardi enfrente del main, con un arco de triunfo desproporcionado para asegurar la visión de la marca desde el propio Budapest. Ese lugar una vez lo ocuparon bares pequeños, locales y genuinos como nuestro querido Chuck Norris Bar. Aún así su espíritu sigue vivo y este año lo encontramos, no demasiado lejos del arco de triunfo y de su música electrónica para masas hoy llamada EDM. Chuck estaba en el escenario de tributos, donde cada noche un DJ saca su arsenal de música guitarrera y nosotros lo llamamos Temazos Stage, porque así es. Nuestros saltos todavía retumban sobre sus tablas de madera.

Es una pena que por tener campings privados y tiendas pre-montadas, la gente tenga que acampar en sitios prohibidos o poco recomendables porque no hay otro sitio. No estoy en contra de esos campings, es una buena opción para la comodidad de la gente, pero es un espacio que se usa para eso y se pierde para la acampada libre. Eso debe estar claro. Si hay menos espacio y metes a más gente... falla el cálculo.

No estamos perdidos todavía, pero esa tendencia de más gente, más bares de marcas y más espacios vip hay que manejarla con cuidado, porque quien pierde es el alma libre de la isla, que se tiene que retorcer un poco para reconocerse a sí misma. Aun así, lo hace.











Y mientras todo esto pasaba en Obuda Island, un día cualquiera en la isla me doy cuenta de otro cambio. Este año la luna tan sólo nos dejaba ver una luz tenue, casi fantasmal aunque cálida, porque esta vez el foco potente apuntaba en otra dirección.

kboy


Festivaleros! recomienda el consumo responsable de Ice Palinka


#festivalbuddy

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